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Ana Merino, regreso al amor y al desamor

08/12/2025
 Actualizado a 08/12/2025
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Hablé con la gran Ana Merino unos días antes de que presentara su nuevo libro en San Feliz, aquí al lado, y lo hice esta vez telefónicamente. Nos conocimos hace años, cuando el Nadal. Ana Merino ha cultivado muchas artes literarias, es gran poeta, gran dramaturga también. Como estudiosa de la literatura es posible mantener con ella una conversación que también vuela por las teorías y por los tejados de la ficción del siglo XX y XXI, aunque, inexorablemente, regresamos a sus textos, a sus texturas, en las que siempre se esconden los hilos del laberinto de los afectos, los hilos que nos unen y que a veces nos llevan a lugares extraños e inhóspitos. Ana Merino habla con nitidez y profundidad, se nota su lado investigador y didáctico. 

La conversación es larga. Su nueva novela, ‘El camino que no elegimos’, ofrece lecturas diversas, también implica un regreso a ese mapa de los Estados Unidos que Ana conoce también, pues vivió y trabajó allí durante casi treinta años. Ana establece lazos en un contexto geográfico, es una de las grandes estudiosas de la vida en comunidad, algo que aparece a menudo en su literatura. Sigo en las redes sus viajes, sus idas y venidas. «Necesito poner los pies en los sitios de los que voy a hablar», me dice. Y lo ha hecho. Aquí, los personajes se mueven por el mundo. Escapando de algunas experiencias, luchando contra la soledad, o descubriendo algo inesperado. Ana Merino es cosmopolita y también capaz de sentirse apegada a una experiencia, a un pasado familiar. Le pregunto mucho, como siempre, por su padre, José María Merino, uno de los grandes escritores españoles, cuya biblioteca alimentó su infancia y juventud, y es cuando me dice: «me muevo mucho, pero voy sobre todo a León: siempre que puedo». 

Retomamos entonces el hilo aquel de ‘El mapa de los afectos’, que se hizo con el Nadal. Por entonces, ya digo, hace algo más de cinco años, entrevisté a Ana Merino en A Coruña y ahora, al hablar con ella, aquellos temas vuelven a surgir: las relaciones humanas, los mundos complejos del amor y sus demonios, el azar que nos lleva por senderos que se bifurcan, los caminos inesperados de la vida. 

Por entonces, en otro lugar, escribí: «Su experiencia americana es fundamentalmente rural. Se advierte en la novela, porque ese mapa, el mapa de los afectos, es el suyo. Iowa, entre Misisipi y Misuri, los dos ríos de la vida. Atraviesa el primero a menudo, haciendo camino, y entonces se llena de ese Medio Oeste que identifica con una Norteamérica tan fluida como vulnerable, tantas veces estereotipada. (…) Ana Merino alude a la riqueza humana de una comunidad rural en la que las personas son también puntos de la geografía. En lo pequeño, en lo doméstico, encuentra mucha más verdad que en los grandes argumentos (..) No pretende competir con el realismo urbano, o eso creo, porque ella, a estas alturas (Carolina del Norte, New Hampshire, Iowa, siempre viviendo en pueblos pequeños) es ya una gran especialista del rural de los Estados Unidos, de los mares de maíz, de las carreteras que se cruzan, como se cruzan las vidas». Muchas de estas observaciones regresan hoy, en esta conversación telefónica, lo que demuestra que Ana Merino sigue teniendo una dependencia emocional y narrativa de los muchos años que pasó sobre el mapa de América. ‘El camino que no elegimos’ habla de los lazos que secretamente nos unen, de los laberintos del azar, de las sorpresas del amor. 

Esta novela se inicia con la dolorosa separación de Juana y Connor (ella es una estudiosa de la literatura del siglo XIX, como también lo es su amiga Cécile). Connor decide abandonarla en medio del vacío espantoso de una mañana de domingo. Y se va a vivir a pocos metros, en el campus universitario donde ambos trabajan desde hace dos décadas, cuando, en medio del oleaje del éxito académico, se casaron. Juana cae en un pozo insondable: no comprende por qué todo se derrumba. Y Connor poco a poco se destruye, carcomido quizás por un sentimiento de culpa, aunque, con el tiempo, se reinventa y vive una nueva aventura. Juana viaja a España, como siempre, a visitar a su familia: no cuenta nada del abismo al que se asoma, ni una palabra de su vida reducida a escombros. Esta es una novela que tiene algo de las llamadas ‘novelas de campus’, tan famosas en la tradición inglesa, aunque no en el tono. ‘El camino que no elegimos’ es mucho más que una novela que parte de la vida en el campus de una universidad. Es un relato de cómo el amor desaparece y vuelve a aparecer.

Ana Merino es experta en seguir el rastro de las emociones. Encuentra con facilidad los lazos que nos unen, incluso los más invisibles, los más secretos. Esos que forman una red de afectos que no podemos adivinar. La narrativa del azar, o su música, que nos lleva de un lado para otro con su oleaje, está entre sus especialidades. Y así se teje el gran tapiz de la vida. Pero más allá de esos caminos que no se eligen, que se presentan ante nosotros con sus encrucijadas, con sus bifurcaciones, que nos invitan a decidir tantas veces a ciegas, sin saber lo que nuestra decisión nos puede deparar, esta novela, como también aquella del Premio Nadal, muestra otros temas que son habituales en la literatura de Ana Merino. Hay otra vez una gran relevancia del espacio, de las geografías, de los mapas. Estados Unidos, otra vez, vuelve a ser el escenario favorito de la escritora (aunque no es el único, desde luego). Y está esa pasión por las atmósferas, por las situaciones que pueden devenir en algo inesperado. También sobresale la fuerza increíble de las mujeres, y la crítica a algunos aspectos de la sociedad norteamericana, como el uso de las armas o la huella que algunas guerras han dejado en los soldados y en el alma herida de las comunidades.  

«En esta novela, claro, hago un recorrido por mi mapa de Estados Unidos», me dice. «Me gusta trabajar las atmósferas, que se maceran en la memoria. Me gusta llevar a mis lectores a una especie de periplo sentimental. Y ese periplo tiene que ver con mi vida allí, que, en efecto, fue sobre todo rural, aunque no siempre, pero poco que ver con Nueva York, digamos. Es que Nueva York es una milésima parte de Estados Unidos. Hay muchas Américas, y eso es lo que quiero contar. Por esa razón hay muchas familias, en el espacio coral que se crea, y que tanto me gusta. Las historias van y vienen. Piensa en Marco, el excombatiente reconvertido en policía, que ha participado en misiones en Afganistán o en Irak. Piensa en la importancia de abuelas como la suya… Claro que hay un reflejo de la sociedad norteamericana que yo viví. De la gran orfandad del estado que sienten, por ejemplo. ¡Treinta años dan para mucho!», concluye entre risas.

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