Rosa Román

Amor, mentiras e Internet

24/05/2024
 Actualizado a 24/05/2024
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Internet suele trastocar la vida de las personas cuando lo utilizan como buscador de ‘emociones’. Esa necesidad de sentir continuamente mariposas en el estómago, porque la vida, tu entorno o tu ciudad no te la ofrecen, y tú estás enamorado del amor, o de la necesidad de sentirte validado, que es diferente. A varias amigas, las ‘apps’ de citas por internet les han regalado demasiados disgustos y mínimas alegrías –tambien hay finales felices, pero se trata de recrear el título de este artículo–.
El CIS (www.cis.es) realizó el 12 de abril de 2023 una encuesta acerca de las relaciones socioafectivas, los vínculos familiares y el uso de Internet entre los españoles. Según los datos recogidos, el 82,1 % de los encuestados creía que, «las nuevas tecnologías acercan a familiares con los que no conviven», aunque para el 81,2 % su uso «provoca un aislamiento entre las personas». Otro 73,2 % aseguró que «interfiere y disminuye la comunicación en la familia con la que se convive». Además, un 6,73 % considera las relaciones sentimentales por internet como ‘más superficiales’, en cambio, las relaciones cara a cara implican ‘más comunicación’ (4,84 %). En la actualidad, internet se cuela en la intimidad de las personas mediante acciones casi involuntarias, y la vida ‘online’ salta de lo virtual a la realidad con microinfidelidades, donde la gente se oculta, se acomoda, escapa de su realidad, construye la personalidad deseada, y la frontera entre lo virtual y lo real se intoxica. Surge un vacío legal donde el deseo, la seducción, la transgresión y la persuasión planean sin tregua. 
Conozco varios casos de amigas aficionadas a las citas ‘online’. Una de ellas, inteligente, guapa y muy formada, después de superar un divorcio, y cansada de no encontrar en su entorno a personas que encajaran con sus intereses y modelo de vida, abrió una cuenta en Tinder. Le pregunto que me explique el mecanismo de Tinder, aunque pronto comprendo que es tan fácil como el mecanismo de un triángulo –valga de algo la metáfora–. Entre risas y resignación, confiesa: «Desde que abrí mi cuenta en Tinder he tenido tres relaciones; con la primera quedé destrozada y recurrí a psicoterapia, la segunda acabo de dejarla después de dos años, porque asumí, con mucho dolor, que esa persona no me daba mi sitio en su vida y hemos quedado como amigos, y con la tercera…, pues ha sido decepcionante, porque enseguida tuve una gran conexión, además yo soy bastante transparente y tiendo a contar mis problemas; hablamos mucho, con él tenía la sensación de que me cogía de la mano y me guiaba, me transmitió seguridad y concertamos una cita; vino a verme a León, porque tengo claro que yo no me traslado, quien quiera conocerme que se mueva; cenamos en mi casa, charlamos, salimos a tomar varias copas por El Romántico, él se alojaba en un hotel cercano. El resto te lo imaginas y aciertas. Por la mañana nos despedimos y quedamos para escribirnos; sigo esperando… Sí, llámame tonta, algún día aprenderé. Él vive a hora y media de aquí. En la ‘app’ he puesto un radio de acción de dos horas, así que hablo con gente de Asturias, Galicia, Palencia, Zamora y Salamanca. ¿Y con gente de León? –pregunto, intrigada–. Aquí nos conocemos todos, y no me apetece que se enteren mis padres –responde–; yo encuentro ventajas a Tinder, para mí es un modo de vida, o al menos la mía, porque casi todas mis amigas del colegio y de la universidad no viven aquí porque hay poca oferta de empleo, y se han buscado la vida en Madrid o en la costa, y detestaría tener una relación con alguien del trabajo. Le pregunto que, cómo se mete en semejantes saraos si no lo necesita, los hombres se giran cuando la ven. Su respuesta es contundente: «Pues eso, me ven, se giran y nada más, tendrán miedo al rechazo, o les dará pereza, no sé; cada vez conozco a más gente de León con una cuenta en Tinder, incluso voy por la calle y reconozco las caras de algunos, porque los solteros y otros que ‘no lo son’, no se cortan y ponen su foto». Entonces ¿para qué están todas las cafeterías y bares que abundan en León? –vuelvo a preguntar–. Pues para ir con tu pareja cuando la has encontrado por Tinder o en otra ‘app’. Suelto una carcajada. O sea, ¿vais a los bares con el ligue ya gestionado? Ella me mira, sonríe y asiente: «¡Pues sí! Así funciona esto». Antes de despedirnos me dice en voz baja:«¿Sabes?, he quedado este sábado con alguien totalmente opuesto a mí, lleno de ‘tatoos’, ja, ja, ja; es instructor de yoga y estudió hasta 4° de Medicina, ya te contaré cómo termina la historia; ayer quedé con un abogado, puso en Tinder una foto de hace diez años, no le di opción a nada». Me quedo sorprendida y lo percibe. «Yo, lo que quiero es que me quieran y me valoren, pero con mis condiciones», responde.
Mientras pienso en las aventuras de mi amiga, entro en el último informe de GfK DAM –es el medidor oficial de las audiencias digitales en España–: basándose en los datos de navegación de diciembre de 2023, más de 4 millones de personas accedieron mensualmente a webs y ‘apps’ de ‘dating’ –ya se considera una de las aficiones favoritas de los españoles–. También recoge que hay el doble de hombres (2.833.371) que de mujeres (1.220.469) ‘buscando el amor’ por Internet. Y lo mejor, o lo peor de todo, la Comunidad Autónoma de Castilla y León es la que registra menos descargas. Entonces, si León acumula el mayor número de bares per cápita –aunque los datos oscilan– de toda España, deduzco que el motivo es la gran cantidad de municipios existentes en la provincia, y sus bares vertebran la vida social de sus habitantes –pero esa socialización, entiendo que se produce en el entorno rural–. En cambio, en base a mis fuentes –microdatos, amigas y mi experiencia–: «En los bares de León y localidades más urbanas, quedas para ir de tapas, a comer, a cenar, a tomar copas y a escuchar música, pero nadie intenta ligar porque ‘vienes con el ligue hecho desde casa’ y cada grupo de gente va a lo suyo. Concluyo, entonces que, «este récord de bares per cápita de nuestra provincia se rige por la máxima de que ‘el frío, en León, no impide a la gente llenar bares y restaurantes’.

Vuelvo a GfK DAM y busco las ‘apps’ que dirigen el amor: Tinder es la más usada –supera el millón y medio de usuarios únicos mensuales–, le siguen Badoo –casi un millón–, Grindr, Bumble, Meetic o Wapo. Pero hay ‘apps’ para todos los gustos inimaginables. Si eres soltero, o no, con una profesión liberal, una cuenta corriente hiperboyante y necesitas privacidad y evitar acercamientos interesados, te inscribes en ‘MillionaireMatch’. Si mides más de 1,80 metros y solo quieres ligar con gente alta, te apuntas en ‘Tall Friends’. Si no sales sin tu mascota a ningún sitio, existe ‘Date My Pet’: en la primera cita compruebas la compatibilidad de vuestros animales, y si todo encaja, pues al lío. Si te molan los videojuegos, el anime japonés, los cómics o las novelas de ciencia ficción, tienes ‘Freakit’. También hay ‘apps’ para intolerantes al gluten, para los amantes de los muertos vivientes, o para personas con un alto cociente intelectual. Todo un universo de locura a golpe de clic.

Con semejante búsqueda no me sorprende que entre los jóvenes de 20 a 35 años el ligue en las ‘apps’ sea su mejor aliado y busquen la amistad, el ‘rollo’ o el amor en internet. Aunque la mayoría asumen los riesgos, algunos quedan afectados. Una chica de 32 años me confiesa que «ya le agota buscar el amor a través de las ‘apps’ de citas, dar ‘likes’, chatear, salir con unos y con otros, quedar en algún bar de El Húmedo y ver que esa persona que tiene enfrente y decía compartir gustos o nivel social, es pura fantasía, y se pregunta: «¿Qué hago aquí perdiendo el tiempo con un mentiroso?» Otras veces se enamora como una adolescente, el otro se percata, entra en pánico y empieza el ‘ghosting’, o la ‘luz de gas’, es decir, desaparece del mapa, no responde a sus llamadas, ni a los WhatsApps, o cuando contesta lo hace con excusas de manual. En resumen, no le interesa, la ignora y ella se queda con la autoestima deshecha; incluso meses después él aterriza en su mundo con algún argumento poco convincente. El ‘dating’ deteriora la salud mental de algunos usuarios, no es apto para quien no tenga una mente de acero o no esté preparado para lo peor, aunque le suceda lo mejor.

Otra amiga valora en una potencial pareja sus creencias políticas, y si no coinciden, la ignora; incluso ha desarrollado un método más eficaz para sus citas: les hace una encuesta exhaustiva, queda con los que pasan el filtro, y en quince segundos comprende si ese candidato ideal en la ‘app’, es una mentira en la vida real. Recuerdo una regla empresarial: «Contrata despacio y despide rápido»; ella debe conocerla. Ademas, está convencida de que, «todos, hombres y mujeres, solteros o ‘cuasi’ solteros, practican las ‘policitas’ o ‘los policuernos’, porque a estas alturas asume que en ‘este mundo’ es imposible saber si es la única persona en la vida del otro, cuando ella también habla con cuatro, cinco, o seis a la vez». Incluso gente que ha encontrado pareja fija, me cuenta, «Deja de usar las aplicaciones una temporada, pero en un momento de bajón vuelven a juguetear, la tentación está ahí, ya no hay exclusividad; piensan que nunca tendrán a alguien fijo si se descuelgan de ésto». Me surge una duda: ¿Todos mienten por internet? No lo creo, pero estoy convencida de que la vida ‘online’ y el ‘dating’ es una fábula con dos finales posibles.

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