24/02/2024
 Actualizado a 24/02/2024
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Resistirse al progreso es una pasión inútil. De nada nos sirvió aferrarnos, por ejemplo, al encanto del vinilo. Seguirá existiendo para nostálgicos, pero las formas ahora son otras. 

La revolución tecnológica llegó para quedarse y está marcando todos los hábitos y costumbres de nuestra era. Es un hecho que afecta a todos los campos de nuestra vida, desde el estudio, la investigación, las noticias o el trabajo hasta nuestras relaciones afectivas y de pareja. Y es esta última parcela la que finalmente más está acusando el maremoto. Por un lado, las posibilidades de conocer gente nueva y mantenerse en contacto con personas lejanas se han multiplicado exponencialmente, a la vez que en paralelo crecen las posibilidades de sentirse rechazado. 

¿Cuántas veces no habremos oído decir a jóvenes y no tan jóvenes eso de «me ha dejado en visto», «no me ha dado like»? Y es que incluso, llegamos a postear o escribir entradas dirigidas indirectamente a una persona que igual no sospecha ser el receptor del mensaje y al no obtener la respuesta deseada, que la mayor parte de las veces no es captada en su totalidad porque falta el lenguaje no verbal, aterrizan como un obús en nuestro estado de ánimo la ansiedad y la frustración. «No le importo. No responde. ¿Lo habrá visto? Es imposible que no lo haya leído, estaba ‘conectad@’». 

Este tipo de situaciones ocurren con relativa frecuencia y generan desconcierto y decepción de forma gratuita en quienes esperan demasiado de un algoritmo.

Es bueno tener más opciones, poder conocer a personas que de otro modo nunca hubiesen llegado a interactuar con nosotros, pero la vida siempre estará en el mundo tangible. Una caricia necesita unas manos, igual que un beso unos labios, igual que el hombro es del llanto. No magnifiquemos lo que no podemos controlar y si la duda nos «mata», siempre quedarán el café y su mirada, los únicos capaces de mostrarnos quién es él o ella en realidad.

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