España es un país insoportable desde que se rompieron todos los consensos que permitían el entendimiento entre diferentes. La Transición fue el gran consenso que permitió la democracia española, el progreso, la entrada en la Unión Europea y la modernización de un país anclado en la oscura y aislada caverna franquista. La Transición, con aciertos y errores, fue un éxito social y político construido con cesiones, tolerancia, perdón, esperanza y reencuentro. Justo lo que hemos ido perdiendo según avanza el nuevo siglo.
Lo que queda de Podemos, y los partidos periféricos que alientan su populismo excluyente como estrategia para debilitar el Estado, lleva años sembrando el virus de la desconfianza en la Transición. Califican de engaño el pacto constitucional que permitió la libertad y los derechos y desprestigian a los protagonistas de aquella hazaña de equilibrismo complejo que estuvo a punto de descarrilar tantas veces. Su pobre argumento es que esa Transición se invalida porque no la hizo solo la izquierda si no que muchos de sus artífices venían del régimen franquista. Pero sin esa generación política transformadora que trabajó por la necesidad de aperturismo democrático quizá la izquierda española hubiera seguido mucho tiempo ilegalizada y en el exilio. La Transición fue un cambio de régimen no cruento solo posible con la complicidad de una gran parte de los que habían sostenido el poder autoritario.
Este martes el exministro Rodolfo Martín Villa fue abucheado en Cáceres mientras participaba en un debate sobre la Transición junto a Alfonso Guerra y Rodríguez Ibarra. Podemos consideró su presencia execrable suponemos que porque nunca fue de izquierdas. Él era ministro de Interior cuando se aprobó la amnistía de 1977. Aquella sí fue una amnistía justa y para la convivencia. Una amnistía que no permitía un gobierno de turno si no una España democrática. Una amnistía para esa concordia que la nueva izquierda ya no practica.