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Amigos salvajes

12/12/2025
 Actualizado a 12/12/2025
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Ayer encontré mis botas de agua y las de Pequeño Zar, que siempre dejamos a la puerta, tiradas en medio de la calle. «Es Red», dijo V. como si eso lo explicara todo. Red es un cachorro de zorro que nos visita con nocturnidad y alegría.

Red apareció hace unos meses junto a su madre y otra cría. Fue una visión fugaz. Entonces V. instaló una cámara trampa detrás de casa y comprobó que por allí solo pasaba una de las crías. Tendría un par de meses, estaba esquelética y hambrienta. «Es raro que se encuentre sola siendo tan pequeña. Ha debido de pasarle algo a la madre», pensó. Empezó a dejarle comida. Cada noche, el zorrín se la zampaba. Cinco meses después, el zorrín ha crecido. Y la amistad entre Red y V., también. Juegan. ¿Qué no es posible? Por la noche, Red roba las botas de V., las mordisquea, las esconde. Por la mañana V. las busca. Red, Red, ¿dónde están mis botas? A veces aparecen, a veces hay que seguirles la pista entre los castaños o en la huerta del vecino. 

Yo estoy muy intrigada con el zorrín. He visto sus videos, sus fotos, he escuchado las historias de V. ¿Podremos conocerlo? “Esta noche –dice V. y se vuelva a Pequeño Zar–, nada de movimientos bruscos, sino se asusta». Pequeño Zar promete que será tan silencioso como un ninja. Después de cenar, nos sentamos los tres en el suelo, en la linde del bosque, a esperar. La luna llena ilumina la aldea, que parece un belén navideño colgado en la montaña. V. empieza a emitir unos sonidos, una especie de llamada zorruna que no sé de dónde ha sacado. Me da la risa, pero funciona: el raposín surge de repente. Corretea a nuestro alrededor. Nos mira fijamente y después se acerca a V. Vuelve a mirarnos, mira a V. ¿Qué pensará? Alargo la mano con un trozo de salchicha. Red se acerca, un poco temeroso, y agarra la salchicha con una delicadeza extrema. El hocico estrecho y puntiagudo, los ojos rasgados, las orejas como antenas que se mueven en todas direcciones. Después desaparece en la espesura. A los cinco minutos regresa por el lado contrario, ascendiendo al trote la cuesta de la aldea. Es rapidísimo. Vuelve a corretear a nuestro alrededor. La cola pegada al suelo; el pelo rojizo, lustroso. 

Nos quedamos mucho rato allí sentados. Se escucha el canto del cárabo. Red va y viene, aparece y desaparece. «Me conoce desde hace meses –dice V. entre susurros–. Me vigilaba sin que yo lo supiera». De pronto pienso en un zorrín solo en la oscuridad del bosque. ¿Siente la soledad? Entonces concluyo que esos son parámetros humanos: un zorro pertenece al bosque, a lo salvaje. Después nos vamos a dormir y volvemos a nuestra existencia humana. Pero sabemos que el bosque, ahí fuera, está vivo y respira.

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