Dícese de aquellos ejemplares humanos con personalidad mezcla de la que inspiró ‘El lobo de Wall Street’ y lo que dice el romancero sobre Jesús Gil, pero maneras más discretas. Pelotazo va, pelotazo viene, y a por el siguiente. Es un perfil muy habitual en la tercera década del siglo XXI de la era cristiana en todas las capitales y algunos pueblos de España, país históricamente no tan emprendedor como otros con una historia de la misma talla. En puridad no encajan con una generación (andan entre entre M y Z quizá) pero sí comparten que la crisis total iniciada en 2007 y sufrida en el país durante lustros a ellos les pilló con la boqueras todavía sucias y merendando minibrics. Toman Colacao más que café, fuman poco o vapean, beben muy moderadamente y hablan de comidas sanas pero acuden como zombies cuando se abre la siguiente hamburguesería retroiluminada.
Son gente con trabajo relativamente estable, que a sus menos de treinta confían en que les queda mucho recorrido en la autopista hacia el cielo (tampoco conocen a Michael Landon, conque poner cursivas en el guiño anterior no tendrían sentido). Aunque la mitad de sus contemporáneos quintos andan llorando por las esquinas por lo precario de su acceso al mundo laboral y a la realidad de la vivienda, ellos a lo suyo, a invertir bien y a estudiar diferenciales. No entran en grandes discusiones ideológicas y la política les importa poco o nada, ellos no van a repetir el error de su admirado magnate tentado por el poder y al poco huído abominando.
Tampoco es que se estiren mucho, porque las fortunas se construyen moneda a moneda, han visto en capítulos de los Simpson emitidos por primera vez antes de que ellos fuesen ni proyecto. Son diversificadores, el ‘crypto’ está bien pero la bolsa también, e incluso los ‘ponzoñponzis’. Últimamente le pegan al inmobiliario, buscando invertir para alquilar, si ya no como alojamiento turístico (no llegaron por los pelos a ese boom) sí como residencia habitual. Se juntan entre varios, crean una sociedad de bienes y cazan pisos tirados de precio (en León han puesto el ojo en La Palomera) para luego arrendar. Como peinan Idealista y tropecientos portales más, no llaman a los vendedores, solo les ponen un mensaje apresurado por el chat de la aplicación para acordar una primera visita por vídeo, que la mayoría de los propietarios ignora por considerarlos unos cantamañanas.
No se aporta fotografía porque en su aspecto no hay nada connotativo del ambiciosillo, pero todos tiene un móvil como una plancha Princess de grande, si les sirve como alerta.