Ni los mercadillos escapan a las nuevas modas comerciales americanas, ‘Blas Fridei’ había escrito el propietario de un puesto de ropa en uno de ellos este viernes pasado, y la gente se choteaba sin darse cuenta de que la ortografía inglesa del tendero no era menos absurda que el hecho de que ahora nos dé por abarrotar las tiendas un 27 de noviembre como si estuviéramos en Times Square. Celtiberia Show por igual en ambos casos.
El cartel me trajo a la memoria otro en el que el propietario de un bar leonés anunciaba el menú del día ofreciendo ‘almóndigas’. Al amigo con el que compartía la ronda y a mí nos llamó la atención porque nos constaba que el autor del anuncio, viejo conocido, hablaba un correctísimo español, así que mi amigo, más audaz que yo, le preguntó directamente: "Pero vamos a ver, si siempre dices ‘albóndigas’ ¿por qué escribes ‘almóndigas’?" Atentos a la respuesta, explicada con toda convicción: "Pues porque se escribe ‘almóndigas’ pero se pronuncia ‘albóndigas’".
Y aunque no esperaba encontrar esta norma de pronunciación en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, me dio por ir a consultarlo. Para mí sorpresa ahí estaba el término ‘almóndiga’, recogido como una entrada más, cuya definición se limita a remitir a ‘albóndiga’. Algo más preciso es el Diccionario panhispánico de dudas, que también edita la R.A.E., y que establece que "no debe usarse la forma ‘almóndiga’, propia del habla popular de algunas zonas".
Aún más sorprendente es descubrir que la introducción del término ‘almóndiga’ en el diccionario oficial no es obra de ningún lingüista posmoderno con sillón en la Academia, sino que data de nada menos que de 1726, y que fenómenos parecidos, e igual de antiguos, se dan con los términos ‘muciégalo’, ‘toballa’ o ‘vagamundo’.
El Diccionario de la R.A.E. no tiene una función exclusivamente normativa. Su principal misión es la de recoger el léxico general de la lengua española, y por tanto ha de incluir vulgarismos y coloquialismos si su uso se constata como habitual y extendido en determinadas áreas geográficas o por determinados grupos de hablantes. La forma en la que la Academia ha de ejercer su función regulatoria no es la de fingir que no existen formas impropias que, sin embargo, son comúnmente utilizadas, sino la de recogerlas señalando que su uso es local, coloquial, o propio del lenguaje vulgar, según proceda.
Miedo me da ir al Oxford Dictionary a consultar ‘Blas Fridei’.

Almóndigas
29/11/2015
Actualizado a
15/09/2019
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