Desde un punto de vista exclusivamente histórico es difícil entender que Jesús de Nazaret se granjease tanto odio como el que se puso de manifiesto en las últimas horas de su vida. Ni el contenido de su mensaje, ni sus inexistentes aspiraciones políticas, ni la actitud pacífica de sus seguidores, parecen poder explicar tanta inquina sin acudir a lo sobrenatural. Y sin embargo contra Él se desataron todas las iras de las autoridades judías, de las romanas y del propio pueblo, de la manera más sádica posible.
Dos mil años más tarde, aunque la civilización occidental haya renunciado a sus fuentes y abrazado la secularización, parece que la mayor parte de la gente se encuentra cómoda con el hecho de que el calendario siga marcado por dos fechas fundamentales, precisamente la del nacimiento de Jesucristo y la de su muerte y, para los creyentes, resurrección. Ambas están cargadas de tradiciones, piadosas o no, a las que el pueblo se adscribe de forma mayoritaria y entusiasta.
Pero, como en el siglo I, sigue habiendo haters. Cierto amigo agnóstico que, por circunstancias que no vienen al caso se vio obligado a pasar la Semana Santa postrado ante el televisor, me contaba asqueado como La Sexta había dedicado el Viernes y el Sábado Santos a programar todos sus reportajes enlatados de odio a la Iglesia Católica. No faltó nada: el cura pederasta, el fraile estafador, las monjas de Belorado y su falso obispo, la vidente del Escorial, el Palmar de Troya…, todo ello expuesto con la imparcialidad que caracteriza a ese medio que muchos llaman La Secta.
Más cerca, los afines al botellón de Genarín, a los que se permite campar a sus anchas por el casco histórico sin cortapisa alguna, la tomaron con la procesión de la Cofradía de María del Dulce Nombre, cuyas mujeres y niñas se limitaban a desfilar sin meterse con nadie. Lo de Genarín, desprovisto por completo del ingenio picaresco que le dio origen, se ha convertido no ya en un macrobotellón sino en todo un problema de orden público que alguien en Ordoño II tendrá que abordar tarde o temprano.
Pero lo llamativo es que dos mil años después Cristo siga siendo flagelado, insultado y humillado ¿Por qué? Quizá porque precisamente a eso vino.