01/02/2024
 Actualizado a 01/02/2024
Guardar

Se quejan los ganaderos de que el lobo tiene más protección que sus ovejas o vacas. Que mata impunemente los rebaños hurgando en las heridas de muerte de unas granjas condenadas a la extinción por ruina. La sobreprotección del lobo por la política verde que jamás pisó el barro es el paradigma del ecologismo Disney redactado desde los despachos. La política agraria está destruyendo la agricultura y la ganadería y con ella uno de los pocos sectores económicos de un mundo rural agotado por despoblación y envejecimiento. El mundo rural es silencio en las ciudades y los parlamentos hasta que los tractores molestan colapsando las carreteras y las avenidas. 

El contagio de las protestas francesas (que exigen un chantaje tan desesperado como inasumible a su gobierno y la Unión Europea) a nuestro país no es más que una vieja reivindicación recurrente. El campo se ha convertido en un negocio ruinoso a pesar de la subida del precio de la compra. El goteo de cierres de explotaciones no ha servido de nada. La sociedad urbanita, que toma las decisiones, extermina su despensa kilómetro cero mientras hace dieta con tomates marroquíes y aguacates peruanos que se ríen de la Agenda 2030.

No sabemos cuánto durarán esta vez los tractores en el asfalto. Si será otra movilización más o es el puñetazo definitivo de un sector  primario ahogado en costes y normativas. Una de mis primeras coberturas como periodista fue una protesta con reparto gratuito de patatas. De aquello hace veinte años. Más serias fueron las movilizaciones justo antes de la pandemia que les devolvió al olvido. Fueron héroes coyunturales como los sanitarios que aplaudimos desde las ventanas. Y nada. Tampoco sirvió la advertencia de la guerra entre Rusia y Ucrania. La escasez de cereales nos hizo mirar a los campos y comprobar que en muchos no se cultivaba nada. Las oportunidades para poner soluciones se acaban. Quizá ahora. Aunque solo sea por eso de que hay grandes revoluciones que empiezan en Francia.

Lo más leído