Flores, es un barrio del oeste de Buenos Aires, uno de esos "barrios plateados por la luna" donde de vez en cuando se escuchan melodías de arrabal. En una esquinita de la que emerge una plazoletina en forma triangular, si cierras los ojos, podrás imaginar la algarabía de los niños que ondula en el ambiente como “rumores de milonga”.
Uno de ellos, Jorge, aquel que corre, un futbolista empedernido, corretea detrás de la pelota, soñando tal vez formar parte algún día de la alineación del San Lorenzo. Poco imagina el futuro que Dios le tiene preparado.
Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco. Por su cercanía y humanidad y por ese carácter bonachón y mirada tierna consiguió conquistarnos aquel célebre 13 de marzo de 2013 en que desde el Balcón de la Basílica del Vaticano humildemente, tras conocerse la noticia, casi susurró con esa humildad que ha caracterizado su Pontificado: "Recen por mí".
Desde el principio el Papa Francisco fue un hombre de gestos y de obras, que se resistió a doblegarse completamente a una marasma de protocolos, para él, un tanto paralizante.
El Papa de los pobres, que instituyó para ellos una Jornada Mundial, el de los migrantes, que reprochó al todopoderoso Trump el uso indiscriminado de las concertinas. El Papa del pueblo, con el que le gustaba fundirse. El Papa de la ecología, cuya primera encíclica enteramente escrita por él, “Laudato Sí”, exhortaba al cuidado de la casa común, invitando a volver la mirada a la naturaleza para cuidarla, amarla y preservarla, un auténtico “Cántico a las criaturas”, emulando a San Francisco de Asís, de quién tomó el nombre.
De vez en cuando realizaba salidas que nunca pasaban desapercibidas, a la tienda de discos Stereosound, a pocos pasos del Panteón. Allí , compraba vinilos de música clásica. Reunió una colección de más de dos mil discos compactos. Tenía especial predilección por Mozart y Bach. Los gospels de Elvis Presley y las desgarradoras notas de Edith Piaf. Aunque, cómo no, suspiraba por los tangos, ese género arrabalero tan unido al pueblo argentino como el propio Papa. Carlos Gardel, y por supuesto, Astor Piazzola. Cuentan que el más bello tango escrito por Astor, fue una elegía musical que compuso por la muerte de su padre en accidente de tráfico. Se encerró, tras enterarse, y comenzó a mecer su corazón hasta que logró arrancarse las penas a golpe de un bandoneón que alumbró esta canción: Adiós, Nonino. Así llamaban al padre de Astor. Nosotros hemos perdido a nuestro Papa, papá. O al menos así lo sentí, y hasta confieso, derramé unas cuantas lágrimas. Me hubiera gustado mandarte un buen ramo de madreselvas en flor. Porteño querido. Cuánto bien hiciste. “¿Sabés? Vos sos un gran tipo”.
Tienen suerte allá arriba.