02/05/2024
 Actualizado a 02/05/2024
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En unos días en que las adhesiones inquebrantables han aparecido en todos los medios y canales, (los de papel, los del éter, los sociales, etc), uno no quería ser uno más y hacer lo mismo, pero, ¡joder!, le puede más la patata que el ‘celebro’ y aquí me tenéis: haciendo lo mismo que todos los opinadores, los pesebreros y los proselitistas…; pero no…; a tanto no llego y, sí, os hablaré de mis adhesiones que para supernada se parecen a las que pensáis, malévolos, qué sois unas malévolos…

La primera, el Bierzo: El jueves pasado hicimos una excursión los podadores del Condado (y muchos marcianos que sin serlo se apuntaron) a las tierras del Sil, que viene a ser, en el occidente de la provincia lo que es el Esla en el oriente: el creador de un hábitat imposible de describir con palabras; aquí, por suerte, entra el sentimiento, esa cosa indescriptible que une la lógica con los sueños, y que da como resultado que ames profundamente a un lugar, a un árbol, a un pueblo o a una mujer: hay dónde elegir, así que cada uno elija.

Los que fuímos al Bierzo el jueves pasado no nacimos en un desierto o en un páramo. Nacimos en una tierra rica y peculiar, no cabe duda, pero al ver y sentir aquel vergel, uno, por lo menos yo, no puede nunca dejar de sentir envidia de la mala, de la malísima. La noche del lunes de la semana pasada, la ‘helada’ se cargó todos los frutos de nuestros árboles por la puta cara. Al llegar a Carracedelo, que junto con Dehesas y Quilós pasan por ser los pueblos más ricos de la Comarca, vimos que allí todo seguía en su sitio, que seguían vivos, dejándonos anonadados con su ímpetu y su belleza. Y las viñas…, qué decir de las viñas, expléndidas, con sus hojas de un verde tan intenso que te molestaba a los ojos. Si nada cambia, y espero que no cambie, la cosecha de este año promete ser espectacular, de las que crean adictos.

Os contaré, ahora, una anécdota que me ocurrió hace unos años, cuándo me dedicaba a mamar a la gente con alegría. Sería la una de la tarde y entro en la Abacería II una pareja de unos cuarenta años. La señora me pide dos vinos blancos y les serví dos ‘Viña Miranda’ de la raza de los Godellos acompañada de una tapa de queso. Atendía, mientras lo tomaban, al resto de la clientela y, la verdad, es que no les hice mucho caso. Me llaman otra vez y me dicen que quieren, ahora, dos vinos tintos jóvenes. Al canto dos ‘Vega del Cúa’ y dos tapas de ‘segunda’, que seguramente consistiría en dos trozos de cecina y dos tacos de queso. Yo, a lo mío, poniendo el lavavajillas, secando las copas o atizando un vino a cualquiera. Cuándo terminaron el vino, me llamaron y me dijeron que querían un  tinto de crianza, que yo eligiera. Les puse dos copas de Xestal, un vino con usía, y de tapa un plato variado, incluyendo unos pimientos en conserva. De pronto, me quedé sin clientes: sólo quedó en la barra la pareja y, aunque se les veía acaramelados, me acerque a darles palique. «¿Les gusta el vino que les he puesto?», inquirí. «Muy buenos los tres, y es raro que yo diga esto», me contestó el maromo. «Me alegro mucho», le dije yo, henchido de satisfacción, porque, uno, al fin y al cabo, tiene su orgullo. De pronto, el tipo, sin venir a cuento, va y dice: «No tienen ustedes ni puta idea de lo que tienen». ¡Joder!, –pensé–, el tipo va a saber de lo que habla: «¿Usted parece que de esto entiende un poco?». «Soy el director de la ‘Estación vinícola de la Junta de Castilla y León». Me quedé tonto: resulta que el fulano sabía de vino mucho más que un servidor (tampoco había que ser un genio), y que le encantaban los vinos del Bierzo, porque sólo les puse vino del Bierzo. Llevado por un arrebato les retiré las copas y les serví un Tégula y otro para mí, que siempre es bueno predicar con el ejemplo. Seguimos hablado mientras lo bebíamos de lo divino y de lo humano, pero sobre todo de vinos. «Ustedes tienen un potencial que para sí quisieran muchas regiones del éste país. Y, sobre todo, poseen uvas que los demás matarían por tener. Son ustedes la ‘Borgoña’ española». Fue la primera vez que escuché esta comparación, que ahora se repite como un karma en cualquier publicación sibarita que hable de vinos.

Nos arrimamos otra copa (no recuerdo qué vino usé), y se marcharon encantados de la vida. Yo quedé más ancho que Messi metiendo el gol que dió al Barcelona la Copa de Europa. Resulta que la apuesta que habíamos hecho en la Abacería no estaba errada, lo que era una satisfacción enorme: que los demás te digan que acertaste en la apuesta no deja de llenarte de orgullo.

Recuerdo también una la primera vez que Zapatero (uno muy dado a las adhesiones inquebrantables, tanto que no me extrañaría nada que también hubiera ido a las del General en la Plaza de Oriente), fue a la tasca. Me pidió un Rioja y el bueno de Emilio, que en paz descanse, le dijo que sólo servíamos vinos de la tierra. Quedó con una cara de tonto que no hizo más que afirmarme en que habíamos acertado de lleno.

La próxima semana, si no os importa, seguiré hablándoos de mis adhesiones inquiebrantables…:y no son políticas, ¡claro que no!

Salud y anarquía.

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