27/05/2025
 Actualizado a 27/05/2025
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Tengo que contar una vieja historia (ni coches había) de dos paisanos juerguistas, compañeros de farras, vecinos de dos pueblos separados por un par de kilómetros, en la que tras una noche de morapio y exaltación de la amistad, a la hora de volver a casa uno le dijo al otro (póngase aquí el adecuado tono etílico): ¿cómo vas a ir solo ahora hasta tu pueblo? tendré que acompañarte; y así fue. Pero al llegar a destino, el otro le dijo al uno (mismo tono): ¿y ahora cómo vas a volver tú solo, tan tarde?, de eso nada, yo te acompaño. Estuvieron toda la noche, acompañándose mutuamente, abrazados hasta ser de día. El caso es verídico, los pueblos Veneros y Grandoso (para más señas) y se conoce que aquello sentó un precedente fatal. 

En cierto momento aciago, en la Junta de Castilla y León decidieron copiar el sucedido de los dos borrachines. Fuimos tristemente pioneros en prescindir del ‘condón’ sanitario, cuando dos partidos también ebrios, pero de chulería y poder, consintieron en abrazarse hasta el amanecer, con un vicepresidente gallardo marcando paquete ideológico y un presidente genuflexo listo para la penetración (siquiera, política). Aquello acabó mal, pronto pasaron de la fiesta a la discordia (salvo para el consejero de Cultura, cuya discrepancia se atempera con la nómina) pero el mal estaba hecho, la semillita germinó y ahora tenemos en otros lugares un problema más gordo que las cejas de Luis Tosar. En Valencia, Murcia, Aragón, Extremadura… lugares de cuyos nombres no queremos ni acordarnos, y los que nos rondarán, morena, en el futuro.

Ya antes, atrapados por los mismos afectos, en este territorio incurable habíamos asistido a otro abrazo letal. En 2019 el partido socialista ganó las elecciones, sin mayoría, el político Igea (todavía intacto) pudo haber cambiado el signo de la comunidad y, sin embargo, se echó en brazos del que le embadurnó más y mejor, con regalos de vicepresidente, portavoz y consejero. Ello, a pesar de que había prometido no pactar nunca con los que habían gobernado como un rodillo esta autonomía, que no ha conocido aire fresco ni gobierno de otro color que abra los cajones de la Junta. Por ver lo que hay en ellos, más que nada. Fue otro abrazo que acabó mal: el presidente tunante utilizó al veleta Igea (Upyd, Ciudadanos, Izquierda Española, Tercera España; de momento) para solventar el Covid y luego le dio con la puerta en las gafitas. Ahora, ¡a buenas horas!, al despedir a Tudanca, Igea se mostró apesadumbrado por aquella decisión y le dijo (con esa voz nasal estilo Adriá) que entonces «debería haber sido presidente». Se lo confesó, ¡cómo no! con otro abrazo. Lo suyo en política es abrazarse y manotear como los ahogados. Pero resulta que el arrepentimiento es el sentimiento más estéril, aparece tarde, cuando ya hay algo irreparable.

Así que ‘na’, así seguimos, con partidos dirigidos o por descerebrados en hora punta o por líderes en el pico álgido de la inutilidad. Y así vamos, entre abrazos para el recuerdo y para el olvido, de abrazo en abrazo y de éxito en éxito hasta la autonómica ruina final.

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