Panorámica postelectoral. La red nos atrapa para que no hablemos de nada más que de elecciones con la resaca desempañada a ratos por el ibuprofeno que persiste, no solo por el chicle estirado de las horas nocturnas en noche electoral, sino por el bloqueo que supone ver elevar la voz a fuerzas a las que habría que escuchar despacio para lamentar que existan.
Abrimos miras y fuera de los resultados decaídos que parecen no importar más que a periodistas y políticos, no entendemos cómo hoy no se habla de los muertos por Covid en los hospitales ni de incidencia acumulada. El encuentro no elegido con las urnas en una fecha no pactada con el pueblo, relega hasta una pandemia que nos acompaña desde hace más de dos años. Incluso, en un empuje de normalidad, se resta fuerza a las cifras de contagiados para hacer palanca por encima de la mascarilla hasta el punto de arrancárnosla.
Con mascarilla o sin ella, falta el aire tras ese embudo electoral que nos mantiene incrustados en un bipartidismo que de romperse lo hace por los extremos. Y uno se ahoga en esa realidad más que incómoda, porque no hay puerta de salida. Bueno, si se busca, hay una luz (en otro recibo) que aparece como una bocanada que permite continuar dándole fuelle al pulmón, la subida del salario mínimo. Dicen que no era el momento los mismos que consideraron que lo era abrir las urnas sin que tocara…pero sí lo era para sumar hasta siete proyectos macroeólicos en los montes bercianos o para subir la cuota a los autónomos a los que se les dio palmaditas en la espalda cuando el virus pasó por encima del negocio como pésame más que como ayuda. Panorama gaseoso, contaminado de propaganda ilícita en muchos casos, mentiroso, que vuelve a relegar al votante a la esquina del cuadrilátero dos años más, si no hay antojos de por medio. Que el niño no va a salir con mancha…

A Voz en grito
15/02/2022
Actualizado a
15/02/2022
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