Si los locutores de Radio Clásica hubieran lanzado esa pregunta el sábado pasado, les habría dicho que mi ciudad suena a melancolía compartida en un histórico karaoke donde casi todos arribamos tras cenas de empresa o de amigas. Allí nos sorprendió la madrugada con un grupo de alumnos y alumnas coreando ‘Sobreviviré’ de Mónica Naranjo. «Es que hemos ido a muchas de pueblos, Marta». Una antigua alumna de canto del Conservatorio de León, feliz como una codorniz. No parecía estar pasando ‘las de Caín’. La conocí cantando ‘De Madrid a París’ o tal vez la hubiera visto bailar el chotis de ‘La verbena de la Paloma’. Inolvidables montajes del Taller Lírico del Conservatorio de Música de León con esa deliciosa profesora de canto con la que comparto nombre aunque no talento.
¿Y esos sones al arrullo del río Bernesga paseando por La Condesa?, donde te puede sorprender, entre rosales, la algarabía popular de la Banda Municipal. En el mismo lugar donde alguna tarde, entre semana, un grupo de mayores bailan entrelazados dejándose mecer por reminiscentes sones de antaño y alguno nuevo que se cuela en el repertorio.
Y para repertorios el clásico de Navidad en el Auditorio, valses de Strauss interpretados por la Orquesta Odón Alonso, el maestro cuya bronceada presencia acecha muy cerca, en una glorieta, y gloria da verle rodeado de alumnos, tal vez alguno pensando en cantar en las Aulas Corales, que luego nutrirán tantos coros.
Gozosa estará Eutherpe que toca con sus dones esta tierra legionense enviándonos embajadoras como Margarita Moráis, reciente Premio Castilla y León de los valores Humanos y Sociales.
Y ya retumban en las calles los ensayos de Semana Santa. Pronto exhalarán su aliento de armonía al compás de tambores y cornetas.
Descansa ahora el Parque de San Francisco de los ‘come y calla’. Pero León nunca se calla, que también suena rock a ritmos cardíacos, y ‘monos locos’ que andan de desbandada hacia tierras pucelanas: que creció el mono y se nos hizo gorila.
Y los ecos de dulzainas, gaitas y tamboriles que custodian los centenarios pendones en San Froilán. O los aires marciales de la banda del Ejército del Aire, que de cuando en cuando despliega su perfección sonora haciendo gala de una acústica impecable.
Y en la Pulchra el imponente órgano, dicen, más importante de Europa.
Rincón por rincón, también la noche se perfuma de la dulzura sonora de jazzmines y duendes que gimen, acaso aferrados al micrófono de un Gran Café.
Orgullo cazurro ¿les suena?