Las investigaciones científicas avanzan sin pausa y, en más de una ocasión, nos sorprenden con sus esperanzadores resultados. La semana pasada, por ejemplo, un equipo chino logró desarrollar por primera vez, con éxito, riñones humanos en embriones de cerdos. Se da así el primer paso hacia el cultivo de órganos de repuesto para trasplantes.
Por su parte, desde el instituto Weizmann, Israel, llega un gran adelanto en el estudio de las células madre. Han conseguido crear embriones humanos de 14 días sin óvulos, espermatozoides ni útero. Se alcanzan objetivos cada vez más ambiciosos gracias a la labor que desempeñan los investigadores durante horas, meses o años de exigente trabajo.
En España, por desgracia, no se destina toda la financiación que se debería a este tipo de proyectos, a premiar el talento y la dedicación para beneficio de todos. Se trata de una queja ignorada desde hace años y sin perspectivas de ser atendida, aunque eso es otro tema. Al enterarme de tales noticias, a mí me asalta una duda. Y me consta que no soy la única. Todos los éxitos y descubrimientos, ¿son puestos en conocimiento y al servicio de la población?
Porque existe sobrada capacidad para obtener resultados como los referidos antes. De hecho, cuando surgió la Covid, se fabricaron vacunas en tiempo récord aptas para combatirla. Pero no se ha encontrado en décadas una cura efectiva que corte de raíz enfermedades como el cáncer o el VIH, entre otras. ¿Cómo puede ser? Cuesta comprenderlo. Es cierto que los tratamientos resultan cada vez menos invasivos, con menos efectos secundarios y que amplían la supervivencia. Eso sí, son crónicos, suscripciones a una medicación para toda la vida.
Teniendo esto en cuenta, se podría concluir que la salud se enfoca como un mero negocio. Visto desde esa perspectiva, los pacientes dejan de ser rentables en cuanto sanan.
Por desgracia, no sería la primera forma carente de ética en que se juega con las personas. Y me temo que tampoco la última.