No hace mucho encontré una muñeca de esas con traje de sevillana, vestido estampado de luceros blancos sobre fondo negro, inmaculada, en actitud de baile flamenco, sí, de esas que se ponían sobre el televisor. Me refiero al típico televisor antiguo, aquel del culo gordo y amplio estante, donde esas muñecas, toros con banderillas y fotos en blanco y negro se posaban sobre él.
Hay que ver cómo pasa el tiempo, hoy los televisores ya no son en blanco y negro y las cadenas televisivas son infinitas y variadas, dando pie a un deporte moderno llamado ‘zapping’. Ahora las pantallas (llamadas antaño pequeña pantalla) son inmensas, y el colorido hace gala en ellas como enormes lienzos donde te capturan las imágenes y te hacen soñar.
Claro que ya se le aporta menos importancia a esa pequeña pantalla; ahora se ha perdido el arrope familiar, las conversaciones, (y cómo no, las discusiones al respecto de cualquier película o serie).
Ahora, las cenas se alejan, cada cual a su minúscula pantalla, una nueva pantalla donde se eligen chistes, chismes, clubs sociales y variadas diversiones, juegos, cómo no, a base de un bocata, en solitario. Ya no queda esa unión familiar, en torno a una mesa donde se escuchaba hablar a los mayores, sus correrías y aprendizajes variopintos en esta vida, tanto laboral como privada.
He optado por guardar esa muñeca en un cajón, junto a los libros, esos seres de papel que yacen en algún rincón del trastero. Ahí se encuentran las cosas olvidadas por los seres humanos.
Y es que la pantalla plana nos ha hecho olvidar cosas muy importantes, porque las fotos de nuestros seres queridos que ya no están aquí no se pueden posar sobre ella. Ahora las fotos están ocultas en los teléfonos móviles.
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