La ciudadanía es un término confuso. Casi sería preferible hablar de personas, pues en el seno del asociacionismo civil y comunitario coincidimos en que no todo el mundo disfruta de los mismos derechos. Algunas personas usan este concepto para no insinuar otro que alude a las clases sociales y así poder eliminar diferencias y situarnos en la misma bolsa; pero el 10% más rico no puede tener los mismos intereses que el resto. Se continúan aplicando recortes financieros y transfiriendo más recursos a las entidades privadas y a las patronales religiosas, llegando al absurdo de que desde los gobiernos se fomenta mayor incremento retributivo en función del éxito, y por lo tanto, de la reducción del coste en la prestación de servicios públicos. El municipalismo sigue utilizando el concepto ciudadanía como sujeto político, un intento de rescatar diferentes temas. El movimiento vecinal es una parte activa, la parte de la ciudadanía que nos interesa, porque no solo protesta sino que también hace propuestas, es dinámica y está en construcción; personas que se están moviendo en la práctica y se organizan. Son, aproximadamente, el 0,1% de la población. Pero luego hay como 1 o 2% que acuden a reuniones y tienen una cierta presencia, hay quien se expresa con ideas y hay quien lo hace con los cuerpos; y luego está un 20 o 30% que escucha a las anteriores. Después nos sumamos cierta mayoría que escucha y mira lo que se mueve… Impulsada por el Banco Mundial y apoyada por el FMI y la OMC, la política predominante pretende una sociedad sin conocimiento sometida al mercado que es, en el fondo, quien establece los contenidos de la desculturización comunitaria. Nos quieren dóciles y en este sentido, favorecen un mercado laboral inestable donde el trabajo emocionalmente adaptable y en continuo proceso de formación depredadora, fluctuará según lo que el mercado estipule.
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