Fernández Díaz y su vocación de martillo

I.R.
20/08/2015
 Actualizado a 22/07/2019
Intentaré hacer un ejercicio para comprender qué llevó al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, a hacer lo que hizo, recibir a Rodrigo Rato, imputado en varias causas judiciales, en su despacho del ministerio. Aunque en ningún caso se trata de dar por buenas las justificaciones con las que trata de excusar los hechos. ¿Qué puede pasar cuando alguien como el señor Fernández Díaz lleva tantos años moviéndose por los pasillos del poder? La respuesta, viendo la actitud del señor ministro, para mí es sencilla. Se produce una equiparación entre el Estado y la persona, que hace que la persona pierda la perspectiva de lo que es un asunto público y uno privado. Y la pierde tanto que si un amigo como el señor Rato está en una situación difícil, no se le plantea ningún dilema ético a la hora de utilizar todos los recursos de los que el Estado, es decir él mismo según su perspectiva, dispone para poder ayudar al amigo. Sin tener en consideración que en este Estado del que se apropia, sobreviven muchas otras personas en situaciones difíciles, de amenazas personales o en las redes sociales, pero que por no estar vinculadas a los entramados del poder que se han ido tejiendo a lo largo de los años, no merecen la atención personalizada del señor ministro. Y no me parece extraña, aunque tampoco justificable, esta actitud del señor ministro considerando que quien fue su padre espiritual, maestro y mentor, Fraga, resultó todo un especialista en apropiarse del Estado, tanto es así que sobrevivió al cambio de régimen siempre vinculado al poder. Para este tipo de personajes, como decía la canción, «hay quien nace para ser martillo, y hay quien nace para ser clavo». Y ellos, naturalmente, siempre han tenido vocación de martillo. Tras sus débiles y vergonzosas justificaciones, dimitir es lo único digno que le queda por hacer al señor Fernández Díaz, y más adelante... quizá convertirse en clavo.
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