El cuidado que les debemos

Dulcinea Álvarez Alario
05/12/2025
 Actualizado a 05/12/2025

Hay realidades que duelen porque nos obligan a mirarnos como sociedad. La situación de muchos mayores en nuestras residencias es una de ellas. Y duele aún más porque, aunque nos cueste admitirlo, estamos fallando precisamente a quienes más nos sostuvieron: a quienes nos enseñaron a caminar, a quienes llenaron de sacrificios silenciosos los años más duros de nuestras familias, a quienes jamás nos negaron un abrazo aunque tuvieran el alma rota.

Cada vez más familias, con el corazón encogido, se ven obligadas a dejar en manos ajenas el cuidado de sus mayores. No lo hacen por comodidad. Lo hacen porque la vida actual, voraz e implacable, les impide estar donde quisieran. Pero ese sentimiento de responsabilidad no puede ocultar otra verdad dolorosa: las residencias, en demasiados casos, no están a la altura del afecto que nuestros mayores merecen.

En demasiados pasillos reina una prisa que araña. Una falta de personal que asfixia. Una dignidad que se tambalea entre tareas acumuladas, tiempos imposibles y una vulnerabilidad que nadie debería soportar en su última etapa. Y, aun así, muchos profesionales se dejan la piel; pero no pueden hacer milagros en un sistema que les convierte en héroes fatigados.

Resulta insoportable que Castilla y León, tierra de memoria, de pueblos envejecidos y de generaciones que levantaron este territorio con las manos cuarteadas, no esté garantizando a esos mismos mayores un final sereno y digno. No es aceptable. No es admisible. No es decente.

La dependencia necesita una revolución ética y estructural: más manos, más presencia, más humanidad. Menos declaraciones y más hechos. Menos promesas y más responsabilidad. Porque hablar de ratios es hablar de personas. Y hablar de personas es hablar de vidas que ya dieron todo lo que tenían.

Cuando una sociedad consiente que sus mayores sean atendidos con prisa, está diciendo mucho sobre su propia alma. Y, hoy, esa alma necesita un espejo y un estremecimiento.

Todavía estamos a tiempo de cambiarlo. Pero el tiempo de nuestros mayores no es infinito, toca actuar rápido!

Dulcinea Álvarez Alario es enfermera y nieta

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