Tras el absolutamente convincente y recomendable artículo de Santiago Trancón ‘Por qué es necesaria otra izquierda’, publicado en este rotativo el pasado día 17, me propongo apostillar modestamente unas breves notas explicativas sobre los términos ‘derecha’ e ‘izquierda’ respecto a su origen, denotación, connotación o sentido figurado y repercusión.
Cada una de las dos extremidades superiores e inferiores del cuerpo humano se adjetivaban en latín como ‘dextera’ y ‘sinistra’, respectivamente. Así cuando manualmente los caballeros medievales en una batalla repartían mandobles a uno y otro lado lo hacían a «diestra y siniestra». El primer término fue sustituido en español por ‘derecha’ (del lat. ‘directa’), con el sentido positivo de «justicia» o «facultad de hacer algo legalmente». El segundo fue reemplazado en español y otras lenguas de la zona pirenaica y sureste de Europa por ‘izquierda’, palabra de origen prerromano que arrastraba en sentido figurado las nociones de «torpe», «adverso», «malvado», pues ya ‘sinistra’ tenía ese significado negativo para los romanos, dado que las aves que venían por ese lado era señal de mal agüero. ‘Diestra’ prevaleció vivo y como más culto en cuanto a su denotación de extremidad corporal y connotación positiva. Y como antónimo, junto a siniestra, surgió otro término de origen prerromano, ‘zurda’, también con la denotación de extremidad izquierda y connotación negativa de ‘perverso’ y ‘torpe’, por inferioridad numérica e inhabilidad atributiva. En leonés, extendiéndose hacia Extremadura, dentro del campo semántico de izquierda y zurdo, se usan otros vocablos dialectales como: ‘chova’ (lat. ‘scaevus’), ‘galocho’, ‘manguto’, ‘chango’, ‘teco’, ‘zacho’, ‘manriesga’, ‘manyorga’ y ‘chota’. Otro término latino con significación de lado izquierdo, ‘laeva’ no ha dejado rastro en español, pero, sí en inglés (‘left’).
Curiosamente la única expresión española en la que aparece la palabra ‘izquierda’ con un sentido positivo es cuando decimos que alguien tiene «mano izquierda», esto es, cuando sabe cómo controlar una situación delicada, cuando tiene tacto o cuando sabe tratar muy bien a determinadas personas: «Yo nunca podré ser buen profesor, porque no tengo mano izquierda con los alumnos». En todas las demás expresiones, ‘izquierda’ tiene un sentido negativo puesto que está emparentado con ‘siniestro’. En la iconografía religiosa el infierno y los condenados aparecen a la izquierda. Incluso «un cero a la izquierda» es alguien que no sirve para nada y quien se levanta «con el pie izquierdo» pasa un mal día. Entre los jugadores era de mal agüero alzar las cartas con la mano izquierda. Quizá de ahí venga la frase «Dios te dé buena mano derecha». Por ello, quienes hacen las cosas «como Dios manda» son inequivocamente ‘diestros’ ganando el cielo sentados a su derecha.
¿Dónde, entonces, buscar la explicación a esa extraña ‘bondad’ excepcional de la expresión fulano «tiene mano izquierda». Sin duda en el mundo del toreo, donde lo más difícil, lo más artístico y lo más natural –así se llama el pase de muleta con la mano izquierda– es precisamente en lo que se hace con la mano que el torero maneja habitualmente: la izquierda.
En su significado político, ‘izquierda’ y ‘derecha’ tienen su origen y sustantivación, vale recordarlo, en el marco de la Revolución Francesa. Tras la toma de la Bastilla (14 de julio de 1789) se conforma en Francia la Asamblea Nacional Constituyente. En ella se reúnen los diputados divididos en tres zonas según su ideología. A la derecha del presidente se sitúa el grupo de la Gironda (girondinos) y a la izquierda el grupo de la Montaña (jacobinos). En el centro se mantienen los indecisos o no partidarios aún, el grupo de la Marisma o el Llano. Los girondinos apostaban por una monarquía parlamentaria y derecho de sufragio no universal (pues eliminaba el derecho a las clases no propietarias); tenían el apoyo de una parte de la nobleza, de la burguesía y de los propietarios. Los jacobinos, por contra, eran partidarios de una República y de un sufragio universal, y es por ello que tenían el favor de las clases populares, los proletarios. Desde entonces, todo aquel que tuviera ideas moderadas pertenecía a «la derecha» por su posición en la Asamblea, mientras que los más progresistas o partidarios de un cambio más drástico contra la monarquía absoluta eran los de «la izquierda». La evolución y las particularidades de esta bipolarización se han mantenido hasta nuestros días, enfrentando ideas de autoridad, identidad nacional, tradición y conservadurismo (derecha), a progreso, igualdad jurídica, solidaridad e insubordinación (izquierda).
Hace medio siglo Gonzalo Fernández de la Mora publicó un opúsculo bajo el título ‘El crepúsculo de las ideologías’. Si bien el señor de la Mora gozaba de notable cultura política y filosófica, no le impedía ser a la vez reacio a la democracia liberal, largando a diestra y siniestra diatribas continuas y contundentes contra un balbuciente aperturismo. Ministro de Obras Públicas durante la última etapa del franquismo, era partidario de la restauración monárquica tras la muerte del dictador, manifestándose como crítico implacable del proceso de transición democrática culminado con la Constitución de 1978, puesto que, según él, «España no necesitaba Constitución porque ya era un Estado perfectamente constituido». Mostró siempre un incondicional afecto a «su excelencia superlativa», de quien se cuenta que consultado por un Gobernador Civil de Tarragona sobre cómo actuar ante un problema político que tenía en su provincia, le contestó: «Haga como yo, no se meta en política». O lo que es lo mismo: el pensamiento político debe ser único, el de la clase dominante, el de la derecha. El sociólogo estadounidense Daniel Bell ya había publicado cinco años antes «El fin de la ideología» (1960), donde se discute, tras la caída del fascismo y la inminente del comunismo, si la distinción entre derecha e izquierda seguía teniendo sentido en las democracias.
Cuando oímos a alguien decir que él no es de izquierdas ni de derechas, a mí, particularmente, me produce cierta desconfianza. Incluso me atrevo a pronosticar que quien afirma no haber ya izquierdas ni derechas es un implícito, un virtual tipo de derechas. Muchos sostienen que eso de «izquierdas y derechas» es algo antiguo y desfasado. La interpretación ‘moderna’ sería que ahora los ciudadanos ya no son ni se sienten de izquierdas o de derechas, sino de «arriba» y de «abajo», del «poder» o de la «oposición». La disolución de la dinámica izquierdas o derechas, del progresismo y conservadurismo, es algo muy propio de las culturas autoritarias, porque quienes empiezan diciendo que no son de izquierdas ni de derechas bien pronto suelen dar el paso a impugnar la práctica democrática y confundir libertad con libertinaje. Ser de izquierdas se identifica actualmente con «ser de la cáscara amarga» (por aquello que nadie se atreve a ‘morder’ lo que sabe mal), locución que tiene su origen en el siglo XVIII como sinónimo de ‘travieso’, ‘valentón’ y ‘pendenciero’, en el XIX pasó a expresión despectiva hacia liberales y progresistas. Esto de la izquierda, mal que nos pese, como diría el entrenador holandés Luis Van Gal: «Siempre negativo, nunca positivo». Quien suscribe fue detenido, abofeteado, encarcelado y juzgado en consejo de guerra en el cuartel de la carretera de Asturias, en 1968, con petición de 12 años de prisión, por estar reunido en la orilla ‘derecha’ del río Bernesga, pues era entonces grave delito la reunión y manifestación no autorizada. ¡No quiero pensar qué habría sucedido en el caso de que la reunión hubiese sido en la orilla ‘izquierda’!

A diestra y siniestra
28/01/2018
Actualizado a
16/09/2019
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