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Lo que el 23-J nos ha enseñado

31/07/2023
 Actualizado a 31/07/2023
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Nos vamos a agosto como quien se va a una tregua. Necesitamos el descanso, la mente ha estado sometida a ese vértigo de nuestro tiempo. Los políticos también lo necesitan, pero es dudoso que, con esta carga de incertidumbre, tengan un momento para el relax. La política española está tensionada, febrilmente polarizada, siguiendo, en gran parte, el extraño oleaje del mundo. La política española está hinchada artificiosamente, muestra un estrés que la campaña evidenció de manera preocupante. Las elecciones del 23-J no han arrojado unos resultados muy claros (hay prácticamente un empate entre los dos partidos principales), pero creo que nos ha enseñado muchas cosas. 

Sobre todo, nos ha enseñado que este es un país diverso y proteico. Afortunadamente. Nos ha enseñado, porque así lo han querido los ciudadanos, que muchas de las verdades en las que por lo visto debíamos creer, como si se tratara de un dogma de fe en pleno siglo XXI, no eran aceptadas sin más, ni necesariamente compartidas por una gran mayoría.

El 23-J ha demostrado, por ejemplo, que corren malos tiempos para las encuestas y los sondeos. Tal vez se deba a la complejidad de nuestra sociedad, lejos del maniqueísmo ramplón que algunos le atribuyen, creyendo que ya estamos despojados de todo pensamiento crítico. Se nos vende a menudo una descripción simplista y superficial de la realidad, dominada por palabras clave que pretenden mover al votante como se mueve al consumidor con la publicidad y sus eslóganes: pero quizás ahora sabemos que muchos ciudadanos no se dejan arrastrar tan fácilmente por los análisis simplistas y propagandísticos, ni por las oleadas emocionales, ni por las atmósferas. 

Los oráculos de Delfos no parece que hayan leído bien lo que de verdad piensan los ciudadanos. Sin duda, hay alguna variante que se les escapa. Los expertos, sin embargo, apuestan por un fenómeno de imitación, por la tendencia irresistible a parecerse a lo que dicen otros, intentando buscar una coherencia. Eso que se llama ahora el ‘consenso demoscópico’. Una especie de abrigo de la mayoría encuestadora: digamos lo que dicen todos, que por algo será. Las proyecciones parecían expresar más bien un sentimiento, una mirada emocional que se daba por supuesta, nadie sabe muy bien por qué. Eso, o una capacidad extraordinaria de los encuestados para disimular sus verdaderas intenciones. 

Y, aunque es muy cierto que las encuestas no fallaron en qué partido iba a ser el ganador, no es menos evidente que no lograron capturar en sus predicciones el verdadero efecto de los resultados del 23-J. La perplejidad acudió al rostro de muchos. Curiosamente, después de recibir críticas sistemáticas, el CIS de Tezanos pareció acercarse bastante más al dibujo final, aunque es verdad que no del todo, lo que, de alguna forma, anunciaba el largo capítulo de desmentidos a todas las certezas que al parecer existían. 

Los resultados del 23-J no sólo enseñan que cada vez resulta más difícil predecir los resultados de una sociedad plural y compleja. Muestran también la dudosa eficacia de la propaganda extremada, enconada, agria, que bebe a menudo de visiones poco elaboradas. Sabemos que cierto populismo contemporáneo ha intentado medrar a través de la mirada sin matices, sin detalles, esa mirada que obvia el pensamiento complejo y que celebra las ideas solemnes, empaquetadas a menudo en un contexto emocional. No parece que esa forma de dirigirse a los ciudadanos funcione en estos momentos. Es un alivio comprobar que el voto no parece someterse a actos de fe de cualquier signo, ni a visiones demagógicas de la realidad, sino a un análisis más profundo: algo que la gente sabe hacer perfectamente bien. 

Se dice ahora, una vez conocido el reparto de escaños, que la formación de gobierno se ha complicado en exceso. No pocos dirigentes han hablado de que el resultado nos conduce a un laberinto. Pero quizás lo que sucede es que existía una creencia (emocional) previa que, alentada febrilmente por las encuestas, dibujaba un escenario diferente, que, evidentemente, no se ha cumplido. No es tiempo de mayorías, sino de negociaciones y equilibrios. Es lo que pide una sociedad plural, un país también plural y diverso. Como es la propia Europa, ya puestos. Pueden existir, eso espero, unos consensos básicos importantes, como la necesidad de preservar y mejorar la democracia por encima de todas las cosas, pero a partir de ahí es evidente que muchas de esas verdades absolutas defendidas y publicitadas por algunos con ahínco, e incluso con épica (y con perfecto derecho de hacerlo, claro es), no se corresponden con la mayoría de las ideas de los ciudadanos. Las elecciones del 23-J nos han enseñado que una gran mayoría de la gente, una mayoría bastante notable, no está dispuesta a aceptar ideas que les parecen caducas o retrógradas, al menos antiguas, y que no sirven para construir la modernidad. 

Simplemente, con ciertas ideas no se puede triunfar. Ya no es posible hacerlo en las sociedades desarrolladas, y ello a pesar del ascenso del autoritarismo extremo en gobiernos de algunos países europeos, o en sus aledaños. Y ello a pesar de las insatisfacciones producidas por numerosas crisis económicas, utilizadas por algunos populismos para socavar a diario el equilibrio democrático. Creo que Europa ofrece a sus ciudadanos una alta cuota de dignidad y libertad, en un escenario muy difícil, en el que una guerra feroz está instalada en el corazón del continente. Es importante no olvidar lo que Europa sufrió en el siglo XX. Es importante guardar la memoria. 

Creo que estas son algunas de las enseñanzas que nos dejan las elecciones del 23-J. Los ciudadanos, en una inmensa mayoría, defienden las ideas democráticas, el aperturismo de la Unión Europea, la solidaridad con los desfavorecidos, la libertad absoluta de expresión y la libertad absoluta e innegociable de las manifestaciones culturales, la protección de la naturaleza y la lucha contra el cambio climático (de hecho, estamos viviendo un verano con todo el Mediterráneo literalmente en llamas, con temperaturas disparadas). Una gran mayoría de ciudadanos defiende una visión moderna del mundo. Las elecciones del 23-J han demostrado esto, y no es poco. Los ciudadanos han sabido leer, mejor que algunos políticos, me atrevería a decir, la peligrosidad del momento, su complejidad, y lo han hecho con espíritu libre y con pensamiento crítico. Y esto produce una gran satisfacción: porque hay una mayoría que, evidentemente, no se deja manipular por argumentos que no tienen nada que ver con tiempos recios, sino, más bien, con tiempos necios.

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