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Operación visera 10 / La visera

04/09/2022
 Actualizado a 04/09/2022
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Hasta el verano –¡sobre todo el verano!– cuenta con un final. En ocasiones los finales están a la altura, son homéricos: un simposio solemne, un desafío memorable, una parranda épica. Pero esa altura depende muy mucho del relato y por ello en este caso preparan nuestros héroes solo un modesto piscolabis en que participan pretendientes de toda laya, cuya pretensión se concentra en la ensaladilla, las croquetas y el vino con gaseosa dispuestos para la ocasión. Las mesas sobre caballetes llenan la corrala, junto al vehículo ya a punto para la partida. Ha sido idea de ella despedirse «como es debido», pese a que fuera él el invitado en anteriores episodios de chusca y nada memorable memoria. Termina, pues, también esta odisea moderna con un convite. Y si fuera otra historia menos continente contaría cómo los pretendientes fueron cayendo uno a uno en ardua y privada lucha contra los retortijones de la malévola ensaladilla o las croquetas ponzoñosas, efectos quién sabe y quién adivinaría si intencionados o fortuitos. Tan poco épicas y aún líricas líneas serían en cualquier caso.

Pero no se sigue ese hilo, pese a su interés, sino el de los que, al fin, se aprietan en el coche como quien tiene costumbre de acodarse en, pongamos por caso, un hueco caballo de madera. Por decir algo. Ellos son los que enfilan al poco las hostiles perspectivas del asfalto que parte en dos los campos resecos y borrosos. Más borrosos si cabe cuanto que el aire acondicionado no da abasto como debería y, como demuestran sesudos estudios de universidades extranjeras, el consiguiente sofoco estimula la invectiva y el decir grosero.

– ¿Y tú qué haces con la gorra de visera puesta en el coche, que pareces bobo?

– Un regalo de los amigos. Me gusta un huevo. Protege del sol en verano y quita el frío de la cabeza en invierno. Ni idea tienes.

– Ya. Un inventaco, vaya. Descubriste la rueda. Oye… ¿No irás así al trabajo mañana, noooo?

Al día siguiente, en el curro:

– Anda este, mira que cool con la gorra de John Deere.

– Es de la Caja, ojo, y no hace propaganda porque la Caja de marras ya ni siquiera existe. Una antigüedad. Y de símil pana; no sabes cómo protege. No me la voy a quitar en todo el año.

La jornada ha sido de un heroísmo imperceptible y poco narrativo. Pasan las horas y llega la de salir. Se alza entonces nuestro exveraneante de los muchos ardides, como un semidiós al toque de la trompa y el timbal de combate, y enfila la puerta de salida el primero como quien arremete con simpar arrojo. Es entonces cuando clama un compañero, anónimo bardo:

– Oye, industrial, ¡que te dejas aquí la visera!
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