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Ofendidos y perplejos

23/04/2023
 Actualizado a 23/04/2023
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Hace más de medio siglo Umberto Eco dividió el mundo entre apocalípticos e integrados. La actualidad ha simplificado la cuestión, agraviados y confusos son los grupos predominantes en los veinte del veintiuno. Aunque producidos en el mismo invernadero, varias diferencias distancian su actitud: los primeros se jactan y exhiben sus berrinches con ese punto de agresividad que caracteriza la ocupación de territorios imaginarios; los segundos sufren discretos la derrota de antiguas certezas, no saben si por su obsolescencia o por sus nuevas e ininteligibles versiones. La realidad supera a ambos.

Los ofendidos, ‘ofendiditos’ según quienes ofenden con superioridad y sorna, se guarecen en signos y símbolos de una identidad prefabricada, uniformes prêt-à-porter y trincheras desde las que expulsan a advenedizos o se enardecen a la mínima. Sea la Virgen del Rocío o el himno de su comunidad de vecinos, la mera mención de sus posesiones sentimentales por parte de ajenos, con intenciones satíricas o simplemente analíticas, supone una violación de su sancta sanctorum penada con ostracismo, réplica injuriosa y ‘bloqueo’, esa muerte de mentira.

Frente a tanta agresividad de grupo, la actitud individual corriente es la perplejidad. Una impresión fortísima de ajenidad respecto a un mundo que no se deja explicar con los esquemas de hace bien poco y cuya evolución no cabe pronosticar y aturde a cada paso. El sentimiento de una época, de una generación, es que el mundo se despeña en la incoherencia. Igual sucede que existía la mala costumbre de procurar razones, de indagar en pos de una causa para cada efecto que ya no aparece por ningún lado; igual es que el mundo parecía un lugar entregado a la lógica, al argumento, y no es cierto. Enseñaban en la escuela a buscar esas claves, a tener confianza en que habría una explicación. Todo este proceso, tan cartesiano e ilustrado, comenzó a derrumbarse hace décadas, pero aún creía sostenerse un principio de coherencia según el cual los sucesos, aunque inesperados, no eran del todo absurdos. Ya ni siquiera queda eso. Son demasiados tumbos.

Como suele en grupos colindantes, el número de uno mengua en favor del otro. Un agraviado es, muchas veces, un confuso que se ha rendido y, a la vista de su ineficacia, ha entregado sus armas (raciocinio, escepticismo, prudencia…). Incluso la última: el humor. El ofendido nace del fracaso de una indignación fundada y razonable, de una chispa que se apagó. Quizás por eso la Inteligencia Artificial llega en el momento justo. Quizás sea la única que mantendrá la cordura en este caos definitivamente ilegible y sus logaritmos sean la única explicación, una que desconocemos pero no queda más remedio que aceptar. Al menos la IA no se cabrea a la mínima y arremete contra todo. Aunque dicen que las máquinas nunca podrán reírse y quizás ahí resida su auténtica amenaza.
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