Novatadas: verdugos, víctimas y cómplices
Novatadas: verdugos, víctimas y cómplices
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Novatadas: verdugos, víctimas y cómplices
A las puertas de despedir al séptimo mes del calendario romano, que un tal Julio César decidió relegar a la novena posición y que los bárbaros de hoy conocemos como septiembre, es necesario dedicar algunas letras y sílabas a una práctica que por desgracia es muy típica en estos treinta días en los que nos aferramos a un verano que no queremos que acabe nunca, sin querer ser conscientes de que estamos abocados a enfrentarnos a la llegada del otoño.
Las protagonistas de hoy son otro claro ejemplo de cómo los seres humanos somos capaces de desvirtuar una práctica o costumbre que en su origen podría tener un aroma de camaradería y diversión, pero que hoy en día apesta a soberbia y humillación. Efectivamente, me refiero a las novatadas universitarias. Este fenómeno es complejo y debe examinarse desde diversos prismas, ya que en él participan activamente los verdugos y las víctimas y pasivamente, por desgracia, instituciones académicas, colegios mayores y la sociedad en general. Pero como diría Jack el Destripador, vamos por partes.
En primer lugar los especímenes a estudiar son aquellos, hombres y mujeres por igual, que en base a no sé qué posición de poder sobre otros deciden dar rienda suelta a su maldad, eso sí, siempre al amparo del grupo o manada, mejor dicho. Todos juntos forman la tribu de los veteranos, en la que las identidades individuales se desvanecen hasta que la responsabilidad y consecuencias de los actos se quedan sin nombre y apellidos. Sería inimaginable ver cómo un solo veterano atemoriza a varias decenas de novatos, primero porque no tendría tanta posición de fuerza y segundo porque podría ser identificado precisamente con el nombre y apellidos que desaparecen al estar acompañado de otros carroñeros. Es lamentable y triste ver cómo las futuras generaciones de estudiantes utilizan su supuesto poder sobre otros para vejarles y castigarles física y psicológicamente. Y en el asunto que nos ocupa, no existe distinción según clases sociales o sexo, es un mal que está alojado en el interior de unos iluminados que confunden lo que es un supuesto rito de iniciación con un acoso y actos violentos. Me tienen que explicar estas mentes pensantes qué se esconde detrás de agresiones físicas, la ingesta de alcohol a la fuerza o humillaciones varias, algunas de las cuales ya han tenido un trágico final.
Es de Perogrullo que las novatadas no existirían sin la ‘complicidad’ de los novatos. Movidos por el miedo a posibles represalias o al aislamiento posterior van aceptando poco a poco estas humillaciones, apoyándose unos en otros, entendiéndolas como un mal necesario para que finalizado este periodo inicial no sean unos apestados y pasen a formar parte de un grupo. Visto que es complicado erradicar la maldad que está alojada en los veteranos, parece que quizás los novatos deberían dar un paso al frente y decir ¡basta ya! Claro que conlleva un riesgo y no será bien recibido por los verdugos, pero creo que ya tienen edad para saber discernir entre diversión y humillación y oponerse a las injusticias. Es curioso cómo muchos de ellos se levantan en armas para denunciar tratos vejatorios a animales, criticar al sistema en mayúsculas y luego son incapaces de defenderse a sí mismos. Con que por ejemplo en un colegio mayor un curso se negaran todos los novatos a ser humillados, se acabaría el problema, ya que al siguiente año los veteranos no se atreverían a hacer de las suyas, ya que los nuevos novatos tendrían un ejemplo muy cercano a seguir y se opondrían a participar en esta especie de aquelarre estudiantil.
Y por último estamos el resto: instituciones públicas y privadas, familias… en definitiva, la sociedad en todo su conjunto, que en muchas ocasiones es cómplice de que sigamos siendo testigos de este sinsentido. Las universidades y colegios mayores deberían tomar medidas de verdad, no acciones de pura cosmética destinadas a querer hacer ver que hacen todo lo posible para erradicarlas. Y es que por ejemplo no tiene ningún efecto disuasorio una expulsión temporal de un colegio mayor, ya que a su vuelta los individuos en cuestión son además recibidos como héroes. No sé ustedes, pero no llego a entender cómo a los responsables de un colegio mayor no les importa tener bajo su techo a personas que se dedican a vejar a unos compañeros, salvo que prime lo estrictamente económico sobre otras cuestiones. Y claro está, los padres no podemos salir indemnes de esto, ya que deberíamos educar a nuestros hijos en dos sentidos, por un lado en no utilizar una posición de poder para hacer daño a los demás y por otro, en que planten cara a las injusticias y que tengan el valor para decir ese tan de moda últimamente ‘no es no’.
Las protagonistas de hoy son otro claro ejemplo de cómo los seres humanos somos capaces de desvirtuar una práctica o costumbre que en su origen podría tener un aroma de camaradería y diversión, pero que hoy en día apesta a soberbia y humillación. Efectivamente, me refiero a las novatadas universitarias. Este fenómeno es complejo y debe examinarse desde diversos prismas, ya que en él participan activamente los verdugos y las víctimas y pasivamente, por desgracia, instituciones académicas, colegios mayores y la sociedad en general. Pero como diría Jack el Destripador, vamos por partes.
En primer lugar los especímenes a estudiar son aquellos, hombres y mujeres por igual, que en base a no sé qué posición de poder sobre otros deciden dar rienda suelta a su maldad, eso sí, siempre al amparo del grupo o manada, mejor dicho. Todos juntos forman la tribu de los veteranos, en la que las identidades individuales se desvanecen hasta que la responsabilidad y consecuencias de los actos se quedan sin nombre y apellidos. Sería inimaginable ver cómo un solo veterano atemoriza a varias decenas de novatos, primero porque no tendría tanta posición de fuerza y segundo porque podría ser identificado precisamente con el nombre y apellidos que desaparecen al estar acompañado de otros carroñeros. Es lamentable y triste ver cómo las futuras generaciones de estudiantes utilizan su supuesto poder sobre otros para vejarles y castigarles física y psicológicamente. Y en el asunto que nos ocupa, no existe distinción según clases sociales o sexo, es un mal que está alojado en el interior de unos iluminados que confunden lo que es un supuesto rito de iniciación con un acoso y actos violentos. Me tienen que explicar estas mentes pensantes qué se esconde detrás de agresiones físicas, la ingesta de alcohol a la fuerza o humillaciones varias, algunas de las cuales ya han tenido un trágico final.
Es de Perogrullo que las novatadas no existirían sin la ‘complicidad’ de los novatos. Movidos por el miedo a posibles represalias o al aislamiento posterior van aceptando poco a poco estas humillaciones, apoyándose unos en otros, entendiéndolas como un mal necesario para que finalizado este periodo inicial no sean unos apestados y pasen a formar parte de un grupo. Visto que es complicado erradicar la maldad que está alojada en los veteranos, parece que quizás los novatos deberían dar un paso al frente y decir ¡basta ya! Claro que conlleva un riesgo y no será bien recibido por los verdugos, pero creo que ya tienen edad para saber discernir entre diversión y humillación y oponerse a las injusticias. Es curioso cómo muchos de ellos se levantan en armas para denunciar tratos vejatorios a animales, criticar al sistema en mayúsculas y luego son incapaces de defenderse a sí mismos. Con que por ejemplo en un colegio mayor un curso se negaran todos los novatos a ser humillados, se acabaría el problema, ya que al siguiente año los veteranos no se atreverían a hacer de las suyas, ya que los nuevos novatos tendrían un ejemplo muy cercano a seguir y se opondrían a participar en esta especie de aquelarre estudiantil.
Y por último estamos el resto: instituciones públicas y privadas, familias… en definitiva, la sociedad en todo su conjunto, que en muchas ocasiones es cómplice de que sigamos siendo testigos de este sinsentido. Las universidades y colegios mayores deberían tomar medidas de verdad, no acciones de pura cosmética destinadas a querer hacer ver que hacen todo lo posible para erradicarlas. Y es que por ejemplo no tiene ningún efecto disuasorio una expulsión temporal de un colegio mayor, ya que a su vuelta los individuos en cuestión son además recibidos como héroes. No sé ustedes, pero no llego a entender cómo a los responsables de un colegio mayor no les importa tener bajo su techo a personas que se dedican a vejar a unos compañeros, salvo que prime lo estrictamente económico sobre otras cuestiones. Y claro está, los padres no podemos salir indemnes de esto, ya que deberíamos educar a nuestros hijos en dos sentidos, por un lado en no utilizar una posición de poder para hacer daño a los demás y por otro, en que planten cara a las injusticias y que tengan el valor para decir ese tan de moda últimamente ‘no es no’.