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No sé si lo somos, pero lo parecemos

27/05/2023
 Actualizado a 27/05/2023
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No seré yo el que afirme o desmienta categóricamente que vivimos en un país racista. Lo que sí me atrevo a asegurar es que al menos sí lo parece. Y ya saben, en ocasiones es casi igual serlo que parecerlo. Podemos mirar para otro lado haciéndonos los ofendidos, pero lo que está claro es que, llegados a este punto, sólo hay dos opciones: huir hacia delante como pretenden algunos o reconocer los errores que cometemos como sociedad.

Fíjense si damos asco que, hasta para un tema tan importante como el racismo, hay personas que opinan sin quitarse la camiseta de uno u otro equipo. Hasta aquí llega la bajeza moral. Es más, hay algunos que para defender su supuesta honorabilidad esgrimen que se ha iniciado una campaña desmedida contra una afición o una ciudad. Basta ya de manipular y de buscar excusas para no solucionar un problema que existe en todo nuestro fútbol y en la sociedad en general. Si alguien pretende defender que una afición en concreto, un club o una ciudad española es más racista que otra, está cometiendo un craso error.

Olvidémonos de Vinicius, de Mestalla y de la afición del Valencia. Lo que sucedió este fin de semana lleva ocurriendo desde hace muchos años en todos los campos de fútbol de nuestro país. Me reafirmo en lo que escribí en enero en esta misma columna. Los estadios de fútbol están llenos de odio, crispación y violencia verbal. Y lo que es peor, se ha normalizado.

Todo lo que se ha venido haciendo para luchar contra esta lacra es mero maquillaje. A los hechos me remito. O, mejor dicho, a las preguntas me remito. ¿Cuántos clubes han tomado medidas contra sus aficionados sin necesidad de que haya una denuncia de por medio? ¿En cuántas ocasiones el público que está al lado de personas que insultan a jugadores y árbitros afean dicha conducta? ¿Alguien había hecho algo antes del inicio del partido entre Valencia y Real Madrid cuando decenas de animales llamaban mono a un jugador negro? ¿Antes de que Vinicius señalara con el dedo a varios descerebrados, el Valencia, la Policía o el propio árbitro habían tomado alguna medida a pesar de que se venían profiriendo insultos racistas desde mucho antes? ¿Qué ha pasado con las denuncias puestas por racismo por la Liga cuando han llegado al órgano competente? ¿En qué país vivimos cuando la Fiscalía entiende que unos cánticos racistas a un negro no son delito porque se vertieron en un contexto de «máxima rivalidad» y porque solo «duraron unos segundos»? Y así podría seguir formulando preguntas cuyas respuestas sólo conducen a una lamentable reflexión. Lo dicho, podemos seguir pareciéndolo, con el riesgo de que algún día lo seamos, o decir basta ya de verdad.
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