"No entiendo el orgullo por sentirse distinto de los de Palencia o Burgos"

Martín Villa asegura que en el momento en que se formó la comunidad "se buscaba algo muy distinto al centralismo autonómico"

Alfonso Martínez
21/02/2020
 Actualizado a 23/02/2020
Rodolfo Martín Villa analiza el resurgimiento del sentimiento leonesista y la petición de una autonomía. | JUAN LÁZARO (ICAL)
Rodolfo Martín Villa analiza el resurgimiento del sentimiento leonesista y la petición de una autonomía. | JUAN LÁZARO (ICAL)
– ¿Es cierto que se planteó la posibilidad de que la capital de Castilla y León fuese Tordesillas?
– Sí. Esta idea estuvo sobre la mesa porque se quería refrendar el deseo de evitar esa tentación centralizadora, que está presente en los gobiernos autonómicos para tratar de defenderse a su vez del centralismo del Estado, aunque ‘aguas abajo’ no dan pruebas de querer descentralizar hacia las diputaciones y los ayuntamientos.

– ¿Cómo se puede luchar contra ese centralismo de Valladolid y de Madrid?
– Insisto en que pretendíamos algo muy diferente al centralismo autonómico, aunque también es cierto que nunca he participado en una posición ‘antipucelana’ por sistema. Todas las posiciones son respetables, pero llevarlas al extremo de asegurar que no tenemos nada que ver con territorios Palencia o Valladolid me parece una desmesura. El Duero y el Camino de Santiago nos vertebran. Algo tendrá que ver Sahagún con Carrión de los Condes, ambos vecinos en la ruta jacobea. Zamora y Salamanca, con el Duero fronterizo con Portugal, no son tan distintas de la ‘Soria pura, cabeza de Extremadura’, donde yo me casé hace ya muchos años a orillas de nuestro común río. Y vuelvo a mi vínculo familiar con el ferrocarril. Mi abuelo paterno fue jefe de estación en la burgalesa Miranda de Ebro, desde donde los mesetarios nos asomamos al País Vasco. Miranda de Ebro es un histórico nudo ferroviario, como Venta de Baños, donde viví nuestra incivil guerra hasta los seis años. Nos trasladamos al Barco de Valdeorras, comarca prima hermana del Bierzo, donde las gentes de León ejercen la finura de lo galaico.

– ¿Cree que la diversidad de León derivará algún día en una autonomía?
– Podemos estar orgullosos de nuestra diversidad: ser leoneses y algo gallegos en el Bierzo, algo asturianos y mineros en La Robla, donde nació mi madre, y cántabros en Riaño. Lo que no entiendo es el orgullo de sentirnos tan diferentes de los de Palencia, Burgos o Valladolid, aunque no lo seamos. Los sentimientos son muy importantes, lo sé, pero las normas son obligadas. Por eso, para crear una autonomía, serían necesarios acuerdos de los ayuntamientos de León, Zamora y Salamanca y también de sus diputaciones. Dichos acuerdos necesitarían la aceptación de las Cortes de Castilla y León y la aprobación de una Ley Orgánica cuya aprobación final compete al Congreso de los Diputados y al Senado. Y todo ello requiere la máxima prudencia para evitar situaciones no deseadas.

– ¿Cree que el mapa autonómico debería ser blindado como quieren hacer los grandes partidos?
– En la reforma constitucional que propició en su día José Luis Rodríguez Zapatero figuraba esta idea. Creo firmemente que cuantas menos cuestiones indeterminadas queden en el diseño territorial de España, mucho mejor.

– Antes de ser determinante en la configuración de la comunidad, lo fue en la Transición a la democracia. El entendimiento entre líderes políticos opuestos fue claro, pero ¿fue tan modélica la Transición en la calle? Va a tener que declarar en marzo por los sucesos de Vitoria cuando era usted ministro de Relaciones Sindicales…
– Llevo ya más de cinco años pidiendo que se me tome declaración en mi deseo de no ampararme en la Ley de Amnistía de 1977, ni en la prescripción de los delitos que se me atribuyen. Voy a defenderme, por supuesto, y a demostrar algo elemental, que no participé en delitos de genocidio o crímenes de lesa humanidad, como se me acusa, porque no hubo –ni pudo haber– tales delitos en la Transición. Ese momento fue todo lo contrario a un «plan sistemático para eliminar a adversarios políticos partidarios de un sistema democrático», que de lo que se me acusa. El primer Gobierno de Adolfo Suárez, en el que yo era ministro de la Gobernación, vació las cárceles de políticos y el mundo de exiliados españoles. La legalización del Partido Comunista lleva mi firma y algo tuve que ver con la libertad de Carrillo, origen de una cercana relación amistosa con Santiago y su familia.

– ¿Cómo ve la situación política actual de nuestro país con el nuevo Gobierno? ¿Tiene la derecha otra opción que no sea la de volver a unirse?
– Dado el resultado electoral, prefería un Gobierno del PSOE tras un acuerdo con el PP que no supusiera una coalición. Hay temas institucionales que pueden propiciar terrenos de coincidencia entre los dos grandes partidos. Esos acuerdos son posibles y necesarios. El estatuto de los partidos y su financiación, la reforma de las administraciones y su profesionalización, la despolitización de la justicia y la desjudicialización de la política, la ordenación territorial y su financiación... También la necesidad de que la Unión Europea sea esencial no solo en lo económico. Temas como el terrorismo, el narcotráfico, la trata de personas, los grandes delitos económicos, la evasión de capitales... La rebelión y la sedición deben tener un armónico tratamiento en las penas la actuación de jueces, fiscales y políticos. Hemos suprimido las fronteras, pero siguen siendo el refugio para algunos delincuentes. Las posibilidades para esos acuerdos requieren que las derechas no estén condicionadas por el fanatismo, ni las izquierdas por el sectarismo. Nos fue bien cuando en la izquierda lideraba la socialdemocracia y en la derecha el centrismo.
Lo más leído