El lobo, de mito a problema

Daniel Redondo es ganadero en Polvoredo, en el valle de Valdeburón. Allí los lobos llevan unos días cebándose con el ganado y tras varios ataques seguidos los ganaderos también enseñan los dientes porque sienten que la ofensiva que sufren es doble: el cánido y la ley

T. Giganto
14/11/2021
 Actualizado a 14/11/2021
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Llevan siglos los poetas intentando definir el silencio y estaba metido en las noches del valle de Valdeburón. Ahí, al alcance de todos. Con peña Ten como testigo, con el pico del Fraile atento, con el puerto de Tarna a un paso. El silencio estaba en las noches de Polvoredo. Es Daniel Redondo quien explica los efectos de la quietud que trae al pueblo la oscuridad: «Llega el silencio y se meten, se van acercando poco a poco, y no escuchan absolutamente nada, y vienen, se meten aquí, en las calles, entre el ganado. No tienen miedo, están al acecho». Son los lobos los que sí sabían que el silencio se encierra en el valle de Valdeburón. «Ese depredador que no tiene depredador», dice Daniel, preocupado porque en la última semana el cánido se ha cebado con su ganado y con el de otros ganaderos más de la zona. Él, que fue un niño y veía al lobo como un mito, como un animal que nunca llegaría a ver, inalcanzable y poderoso, escondido entre las colladas que rodeaban a aquel rapaz. «Era como un duende para mí», recuerda. Pero aquel chaval creció, se hizo ganadero, y fue entonces cuando vio las orejas al lobo. Y también a la administración, pues la ofensiva que sufren ahora mismo es doble: por un lado los ataques del lobo, por el otro las leyes que cada vez les deja más indefensos ante el cánido. «Desde mediados de este verano, otros vecinos y yo hemos empezado a sufrir los daños del lobo sin control ni medidas preventivas por parte de las administraciones para intentar que esto sea lo más leve posible», denuncia el joven ganadero al que mira con atención una oveja herida en la trasera porque hace pocos días sufrió el zarpazo del lobo que le arrebató la cría que esperaba. También un ternero.

A las espaldas de Daniel está el fruto de la última paridera de las ovejas. Decenas de corderos se arremolinan ante la presencia de extraños, pero rápido cogen confianza. Mientras, él va desgranando cada uno de los ataques de los que ha tenido conocimiento en la zona. No son pocos. Uno en Boca de Huérgano, otro en Carande, a uno de Riaño le comió tres perros... Y así se pasa un buen rato, poniendo rostros a los afectados por el lobo. Porque el problema no es solo suyo, ni tampoco de un día. «Cuenta con que al año, con suerte, te acaban con media docena de cabezas de ganado», lamenta. Y él, cada mañana que se levanta y llega a donde tiene los animales ya va pensando: «A ver qué me encuentro hoy». «Según echas una de menos hay que localizarla para saber si está bien o mal, si está herida o muerta. Y en este último caso, llamar a los guardas y que venga y la vean. Esto en el mejor de los casos de que encuentres algo, porque hay veces que se te adelantaron los buitres o la arrastran y no queda nada», explica poniendo como ejemplo el caso de un ternero que le mató el lobo esta semana. «Lo tapé con una lona a la espera de que llegaran los guardas, volvió el lobo y no dejó ni rastro de él», cuenta. Y en ese caso «estás perdido». Las administraciones solo certifican el ataque del lobo para que sirva como indemnizatorio cuando queda el resto del animal. «Y si no lo ven claro, nada. Y si lo ven claro, la indemnización llega como mínimo pasado un año y te la pagan al precio que ellos consideran por edad... Lo que ellos quieran», dice Daniel. Porque Daniel tiene miedo al lobo, pero también a las leyes. La reciente incorporación del cánido al Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespre) que prohíbe su caza le preocupa. «Si ahora hay lobos, imagínate dentro de cuatro años que no se controlen...», augura. Y no acaba aquí, porque la nueva orden ministerial impide que sean indemnizados los daños causados a ganaderos que se encuentren en Reservas Regionales de Caza. Y en esa situación está Riaño y Mampodre, donde está la explotación ganadera de Daniel, además de los Ancares en la provincia de León. Esta situación ha sido denunciada precisamente esta semana por Coag Castilla y León que referencia a la Orden FYM/288/2017 en la que contemplan que la compensación de daños a la ganadería y agricultura en terrenos cinegéticos de titularidad autonómica se limita a las especies cazables y puesto que el lobo es ya una especie protegida que no se podrá cazar tras la orden del Miteco, la compensación por daños desaparecerá.

Más consecuencias sobre las indeminizaciones de daños figuran en la Orden TED/980/2021 que apunta a que tan solo se justificaría el control del lobo que provoca daños con ataques en el momento en que el ganadero demuestre que las medidas adoptadas han sido ineficaces o que hay perjuicios importantes y recurrentes. La cosa se complica mucho para ganaderos de extensivo como Daniel.

En los últimos días el lobo le ha matado un ternero y le ha dejado herida una oveja al que arrebató la críaA sus 35 años cuenta con una cabaña ganadera de unas 100 cabezas de ovino y otras 130 de bovino. Dos mastines cuidan de las ovejas y otros tres de las vacas. «Pero el lobo ya pierde el miedo hasta al mastín, hombre. El mastín llega hasta donde llega», dice con un cierta desesperación. «La gestión anterior no era del todo mala. Cuando un lobo provocaba daños, reincidía y reincidía, se le daba una cacería, se mataba al que provocaba un daño y se acabó. Se indemniza con lo que ellos quieran y ahí queda la cosa. ¿Ahora qué pedimos? A mí pregúntame cuánto te valieron los terneros y que se me indemnice con eso», explica incidiendo en que hay que controlar la población. «Yo no pido que salgan a matar lobos a lo bobo, porque no es plan. El lobo es necesario pero hay que controlarlo porque es un depredador que no tiene depredadores...», incide. «Como no haya un freno esto a la larga va a ser un problema gordo y el lobo va a acabar llegando a zonas donde nunca ha estado», explica Daniel, que no entiende cómo todas las autonomías de España han tenido voto a la hora de meter al lobo en la lista de especies no cinegéticas. «No pueden opinar los que no los tienen como Castilla y León o Extremadura no votan para las leyes de costas», denuncia. Y arremete también contra los sindicatos por su escasa fuerza ante esta situación. «¿Salir con una pancarta a dar un paseo por León? No mira, salimos el sábado a vinos y tratamos el mismo tema. Pero si salen a hacerse la foto hoy y mañana voy con los partes con este problema y te dicen: es que la ley dice... Que la ley dice ya lo sé yo, pero estás tú para que esto no se llegue a hacer ley», manifiesta.

El lobo no le quita las ganas de irse de su Polvoredo, de seguir pujando por el ganado entre el que se ha criado. «Todo el mundo que conozco que viva del ganado desea que su hijo no se incorpore a esto porque saben lo que es. Aquí tienes que estar volcado 24 horas los siete días y si después llegas y te meten cuatro chascos como estos... Lo veo jodido», explica mientras contempla las novillas que deja para la recría, unos cuantos ejemplares de Limousin y de Salers que ya apuntan maneras de calidad desde bien pequeñas. Y habla de ellas con orgullo como solo saben hacer quienes ponen pasión a su trabajo y sienten adoración por su tierra. Es el caso de aquel rapaz que veía al lobo como un mito y hoy lo siente como un problema. Pero por mucho que le vea las orejas, no se rinde. «Vivir bien es esto». En Polvoredo, con su ganado, con su gente, en un entorno de cuento. Con lobo incluido.

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