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Mundo real, mundo virtual

14/01/2020
 Actualizado a 14/01/2020
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Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Quizás por eso en Navidad a Facebook lo castigamos sin Reyes. A mí me ocurrió que la realidad virtual me desbordó a mediados de diciembre, algo que me pasa siempre que publico un libro. Por eso, desde entonces, me he propuesto, entre otros propósitos, el estar menos pendiente de las redes sociales. Porque están demasiado bien diseñadas para alejarnos de lo real, de lo cotidiano, de lo tangible.

En estos días de descanso he tenido la oportunidad de leer un libro altamente recomendable de Marian Rojas –‘Cómo hacer que te pasen cosas buenas’– y donde se detiene un poco en una entrevista que le hicieron a unos de los fundadores de Facebook donde confesaba que esta red social está basada en la necesidad de «validación social» que todos tenemos, de ahí la creación del ‘Me gusta’. Y dice Miguel Ángel Ortega, experto en antropología y Vicedecano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria que: «Sin amigos de verdad, la persona tiende a encerrarse sobre sí misma y a generar un mundo interior paralelo al real, en el que suele vivirse el resentimiento, la envidia, la profunda tristeza y la frialdad de corazón».

Y me acuerdo, entonces, de un microrrelato que leyó la Hermana Silvia en la presentación de ‘Entre Dios y yo’ y que se titula ‘Un poco de por favor’. Va dedicado a Max Aub, el de los ‘Crímenes ejemplares’, así que ya saben:

«Me la presentaron en una velada literaria. Tomamos una cerveza y nos despedimos. Al llegar a casa vi que quería ser mi amiga en Facebook. Soy muy abierto y no rechazo a nadie. Y menos si es mujer. Esa misma noche Clarisa subió un comentario: «Qué bien me lo paso dando clases de inglés». Al día siguiente: «Cómo nos queremos Pedro y yo». Al otro: «Qué graciosos son mis hijos». Cuando la volví a ver, a los quince días, ya sabía que había ganado el campeonato de tenis de Casa Galicia, lo bien que se le daba hacer encajes de bolillos, lo entusiasmada que estaba de vivir en León y, por supuesto, lo sugerentes e ingeniosos que eran sus relatos. Nos saludamos y le dije que me acompañara un momentito a un reservado, que tenía algo vital que comentarle. En cuanto estuvimos solos le cogí la cabeza con las dos manos y le rompí el cuello.

No me dio ni tiempo de advertirle que hay gente por ahí que no entiende fácilmente tanta felicidad y que se anduviera con cuidadito».
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