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Mundo fronterizo

02/02/2020
 Actualizado a 02/02/2020
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El mundo empequeñece, por eso cada vez necesitamos más fronteras. A medida que los trenes circulan a mayor velocidad y paran en menos lugares, que los aviones tajan el cielo más veces y más llenos, que las noticias vuelan hacia el espacio orbital y retornan a nosotros en un pestañeo, que sabemos de acontecimientos sobre el otro extremo del mundo en un clic, hablamos todos de los mismos temas de lado a lado del planeta y a menudo con las misma palabras o creemos tropezar con almas gemelas a las que nunca estrecharemos la mano; crece nuestro ansia de más límites, más fronteras, más trincheras en las que parapetarnos ante esa intemperie, ese vértigo.

El tiempo también se acorta. Hacemos nuestras tareas de maneras más rápidas, que no mejores, pues inventamos nuevas formas de trabajar que en lugar de simplificarlo complican todo proceso hasta que su fruto se desvanece y somos incapaces de alcanzar el viejo orgullo de lo terminado. Sentimos que todo se acelera porque nos comportamos acelerados: corremos al coche o al tren para llegar antes y descansar unos minutos más que desperdiciaremos en las inquietudes del traslado y las perezas automáticas de la llegada; ansiamos saberes universales inmediatos que guardamos en el bolsillo o exhibimos en la palma de la mano aunque en el fondo sepamos que solo se trata de hojarasca a disposición de cualquiera y la desdeñemos por la facilidad de su obtención; computamos cada instante pero todos son el mismo.

El miedo dibuja límites en un mundo ilimitado. Se van los ingleses de Europa (y con ellos, escoceses y norirlandeses aunque no quieran) a causa de las mentiras de un partido de hooligans avaladas por los votos de gente corriente con problemas y temores que nadie paliará. Pero esas tierras seguirán en el mismo lugar de la geografía, la historia o las relaciones personales: las renovadas fronteras serán, una vez más, estorbos. China se espanta de virus pavorosos y el pavor se extiende a la otra cara del globo, levantando demarcaciones precipitadas que caerán con estrépito ante el primer estornudo sospechoso a ambos lados. Lados inútiles. No hay vuelta atrás, el mundo se resquebraja porque solo lo que está unido puede hacerlo.

Las perspectivas lo cambian todo. Desde el espacio no existen esas demarcaciones en la superficie del plantea que nos acoge como una burbuja frágil y vital para quienes deambulamos en su interior, peces en una pecera. Tampoco las hay en las pequeñas distancias de los campos, montañas o valles que atraviesan líneas imaginadas nunca vistas. No topamos con otra frontera que no trazásemos por el capricho de ser distintos y distantes. Y, sin embargo, seguimos disputando esas ridículas arbitrariedades muy parecido a como los primeros humanos hicieran, imitando a cualquier mamífero que se suponía superado en inteligencia y visión del futuro.
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