31/03/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Esté en un frigorífico o no, Disney fue nuestro gran visionario, el Julio Verne de nuestra era. Por una parte su empresa se comporta como un tiburón: si alguien amenaza su imperio o descuella, se le come antes de que crezca lo suficiente (Pixar, Fox…). Y sus productos son un encantador pez de colores: convierten relatos plagados de zonas grises y retorcidas (de Peter Pan a Pocahontas…) en cuentos infantiles maniqueos y cursis.

López Obrador, flamante presidente de México, no tiene otro problema que reclamar la contrición de españoles todos y del Rey y el Papa los primeros por crueldades de soldados y clérigos de hace siglos. Cabría comentarle que, aunque no sea su caso, quienes se beneficiaron de la conquista ocupaban entonces sillones de cuero y siguen haciéndolo. Que, al poco de comenzada, la ocupación de Latinoamérica benefició a gente nacida allá cuyas familias aún hoy se aprovechan de ello. Son élites económicas, sociales y a menudo políticas, pero locales. Si busca responsables y perdones, no se despiste con imputaciones remotas y revise las genealogías de las clases altas mejicanas. Heredaron abusivos privilegios y prolongan aún aquellas infamias caducas. Pedir perdón cicatriza, pero hay un tiempo para hacerlo. Fuera de ese tiempo resulta tan ridículo como reclamarlo. Y de poco sirve el que nunca llegará a destino, salvo para provocar confrontaciones.

La pretensión del presidente López Obrador revela un comportamiento común en nuestros días: la simplificación y la necesidad de villanos que nos conviertan en víctimas. La mayoría de los historiadores reconocen la conquista americana, y tantas otras, como algo colectivo y complejo, en que además participaron pueblos y gentes (muchos de ellos indígenas) de muy diverso signo, con intereses contrapuestos o coincidentes, según las circunstancias. Al igual que la composición de los Tercios o la del primer viaje de circunvalación terráqueo, en los que participaron varias ‘nacionalidades’, aplicar conceptos modernos al pasado resulta tan anacrónico y estéril como exigir disculpas por acontecimientos archivados. Ni México ni España existían entonces.

Vivimos una época compleja (como siempre) y ofrecemos explicaciones y soluciones simples (como nunca). Habitamos un parque temático. No hay nada como tener un culpable a mano, una cabeza de turco... Perdón, una cabeza de… ¿de ajo? Contar con un sospechoso habitual, vocacional o profesional, es una puerilidad útil y seguimos recurriendo a ella.

El efecto dominó la caricaturiza pero la revela: en España los franceses (culpables de todo destrozo moderno), musulmanes (que reclaman a su vez, qué vicio), romanos («¿qué han hecho los romanos por nosotros?»), entre otros muchos, podrían alcanzar a los hombres mesolíticos de La Braña-Arintero, llegados para conquistarnos con su tez morena y sus seductores ojos claros… El neandertal de momento libra, pero todo llegará. En la trinchera de Atapuerca sobra sitio.
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