Muere Miguel Martín-Granizo, arquitecto y papón

El hombre pausado y bondadoso no exento de carácter, un ‘hermanito’ de Jesús de raigambre y compromiso

Julio Cayón
13/06/2023
 Actualizado a 13/06/2023
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Era arquitecto. Y papón. Y en esa escala de valores resultaba difícil discernir cuál de las dos primaba. Cuál se superponía. Si la que diseñaba planos y volúmenes, o la que se enlutaba el cuerpo una vez llegada la Semana Santa. Ha muerto Miguel Martín-Granizo (y Casado), que su segundo apellido –y nadie explica el por qué- parecía tener menos trascendencia. Pero conviene recordarlo, dejarlo remarcado y vivo, en el honor memorial de la madre que le dio la vida.

Se ha ido Miguel, el hombre pausado y bondadoso no exento de carácter; el papón de Jesús, de ese bendito Nazareno que emociona y seduce cuando aparece por la puerta de Santa Nonia. Y el fiel enamorado de la Dolorosa, la ‘pena bonita’ que epiloga la procesión de Los Pasos. En definitiva, un ‘hermanito’ de Jesús de raigambre y compromiso. Sin vedas ni barreras. Sin dudas. Lejos de las espesuras emboscadas. Siempre a campo abierto.

En los archivos –o en la secretaría, que da lo mismo- de la cofradía del Dulce nombre de Jesús Nazareno se anota que el 11 de marzo de 1940 se abrazó a la túnica y a la cruz. Aún era un niño. Y aún le quedaban años hasta llegar a ser primer hermano, a coger, con la mano enguantada, la insignia abacial para el bienio 1969-1970 y presidir, en la mañana de Viernes Santo del año par, el mayor cortejo procesional que han visto los siglos en la ciudad de León. Aquel fascinado paponín había cumplido su sueño.

Como de igual forma cumplió una segunda ensoñación, cuando su hijo Rafael –Rafa para todos- empuñó la misma vara que él un domingo de septiembre de 2005, con el encargo de sacar la procesión, en su día llamada del Calvario, en la abrileña primavera siguiente. Y a Miguel, viendo a su hijo ante el altar mayor del templo que recuerda a la esposa del centurión Marcelo, frente al Nazareno, se le amontonaron los recuerdos hasta rebasarle la memoria. Y se emocionó. En silencio. Como era él.

Hay una historia -que en este 2023 consumó su primer cincuentenario- que merece la pena rescatar. La cofradía, huérfana de un Cristo propio, agónico o ya fenecido, se planteaba la imperiosa necesidad de adquirir un crucificado, a fin de solucionar esa carestía arrastrada en el tiempo. Y se le encargó al escultor leonés Laureano Villanueva para su resolución. El hoy famoso Cristo fue en su día muy contestado. Su concepción no se ajustaba a los cánones o rigideces de la cofradía –se trata de una pieza tallada en madera de abedul sin policromar y de claro corte modernista- y, por lo tanto, rompía la estética del monumental desfile del Viernes de la Cruz.

Si la sensibilidad general brilló por su ausencia, la de Martín-Granizo afloró sin remilgos. Defendió y apoyó la obra con vehemencia esclarecida, porque sabía que la evolución era obligada. Y porque sabía, también, que el tiempo le daría la razón, como así ha sido. Los braceros del Santo Cristo de la Agonía –que esa es su titulara oficial- lo portan orgullosos y no quieren ‘otro’. Lo llevan en el corazón. Y ello a pesar de los vanos intentos que, en su momento, se produjeron para sustituirlo. Triunfó la tesis del arquitecto y hermano. Venció y convenció.

Se ha muerto Miguel, sí, en una fecha muy destacada en el santoral católico, el 13 de junio, festividad de San Antonio de Padua, el del pan de los pobres y “el más amable de todos los santos”. Si posible fuera hacer una similitud, bien podría decirse que Miguel Martín-Granizo (y Casado) fue, quizás, el abad más amable de las últimas décadas por su inigualable bonhomía. Y sin otro ánimo que resumirlo en dos palabras, por su talante inquebrantable. Ya está en el cosmos.
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