Muchos más méritos que ser vieja

Engracia Mancebo murió con 107 años y eso la convierte en noticia, pero su mérito no es, ni mucho menos, ser vieja, su gran mérito es su vida, su lucha, su trabajo en solitario de 60 años de viudedad... Sería muy injusto que la noticia fuera su edad

Fulgencio Fernández
15/04/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Hay esquelas que se convierten en noticia en las redacciones: «Engracia Mancebo.De Taranilla. 107 años», avisa siempre alguien.

Ocurrió esta semana. El viernes enterraron a Engracia y no habría mayor injusticia que reducir la biografía de esta mujer a admirarnos de que tuviera esa edad, sin eufemismos, que su mérito fuera ser vieja. No cabe en este caso. No cabe con Engracia, que debería haber sido tantas veces modelo a imitar, que habría merecido páginas de cualquier periódico por más que se le hayan negado.

Tenía ganado, trabajó en el campo, hospedaba a mineros en su casa... trabajó hasta los 80 años Tenía todo Engracia Mancebo para ser querida por sus gentes. Y lo era. Fue Engracia Mancebo una de esas mujeres que hace pueblo, que se entrega a los demás, que regalan generosidad, que siempre tenía una sonrisa y una broma, pues su buen humor caló hondo. Hay señales en los pueblos que definen a las gentes, que hablan de ellas más que una biografía. Y cuando se acercaba Santiago, patrono de Taranilla, era en la casa de Engracia donde se reunían los vecinos, era el lugar de encuentro para hacer los mazapanes, los dulces de las fiestas. Siempre tenía ella soluciones, no le faltaban saberes.

Se quedó viuda con solo 47 años. Y tiró para adelante. Luchó como solo son capaces de hacer mujeres tan curtidas como ella: iba de pastora con la vecera y los vecinos celebraban ir con ella porque era un encanto, tenía ganado y lo atendía –lo tuvo hasta cerca de los 80 años–, e hizo de su casa pensión, acogía mineros de patrona, les hacía la comida, lavaba la ropa... Y sufrió por ellos en un recordado accidente con cuatro muertos, uno de los heridos estaba hospedado en su casa y lo cuidó como a un hijo ante aquellas heridas graves que asustaban a los chavales del pueblo cuando salían vendados. Incluso fue una adelantada a su tiempo y ella exigía pagaba sus impuestos para tener sus derechos, su pensión.

Dura como apunta su biografía, dulce como la recuerdan sus vecinos, vivió sola hasta hace un par de años, se arreglaba para subir y bajar escaleras, hacer la comida... y jamás perdió la cabeza, pero se le fue apagando el motor. Le fallaban las piernas. Habló con la familia hasta el último momento pero el jueves se apagó esta mujer que fue mucho más que vieja. Entrañable mujer.
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