Menuda tacada

José Ignacio García comenta el libro de Antonio Toribios 'El envés de los días'

José Ignacio García
22/04/2023
 Actualizado a 23/04/2023
El autor Antonio Toribios. | MARCELO TETTAMANTI
El autor Antonio Toribios. | MARCELO TETTAMANTI
‘El envés de los días’
Antonio Toribios
Marciano Sonoro Ediciones
Narrativa breve
430 páginas
20 euros

Si tuviera que contar esta historia de manera novelada, bien podría titularse ‘Llegado para mí el tiempo de la redención’. Me explico. Hace algo más de dos años me metí en camisas de once varas, como diría mi abuelo, que en paz descanse, y coordiné la primera antología académica del cuento castellano y leonés del siglo XXI. Durante semanas, como si de un seleccionador deportivo o de un coach gastronómico televisivo se tratara, escarbé en los anales de la narrativa que se escribe por estos fecundos parajes cuentistas hasta seleccionar a «los cuarenta principales». A mis cuarenta ladrones envueltos en papel y metidos en tinajas de tinta.

Con harto dolor de mi corazón tuve que descartar entonces algunos nombres que estaban en la frontera, ya no solo de la imprescindible calidad literaria, sino de los equilibrios geográficos que hacían destacar a León sobre las demás provincias con una supremacía abusona y sonrojante.

El primero de esos nombres leoneses fue el del autor que hoy nos ocupa. Incluso, cuando más de uno y más de cuatro protestaron por su ausencia en aquella antología, los respondí con la sinceridad particular (y cuestionable y compungida) que resguardaba mis decisiones. Si la antología hubiera sido de microrrelatos, habría ocupado un lugar cimero en el escalafón de los elegidos.

Ahora, con la publicación de ‘El envés de los días’, Antonio Toribios viene a darme buena parte de razón, demostrando –como ha hecho en innumerables publicaciones y en concursos escritos o a micrófono abierto– que es una de las voces fundamentales de la minificción actual, uno de los maestros de referencia de los minicuentos que son, por decirlo de alguna manera, como los poemas de la narrativa, los fogonazos argumentados de la literatura creativa escrita en prosa.

Y es que menudo taco ha montado con este libro el amigo Toribios. Un taco Myrga que no admite imitaciones, con sus trescientos sesenta y seis santos de cada día, porque el año le ha salido bisiesto y el veintinueve de febrero lo ocupa Emma.

Hay que tener mucha clarividencia, mucha osadía y mucho talento para atreverse a afrontar un reto narrativo de semejantes dimensiones. El reto de escribir una historia pagana e insurrecta en muchos casos alrededor de los patrones y las patronas de cada día. Si es que lo son, que –sinceramente– ni lo he comprobado ni me importa.

¿Trescientos sesenta y seis nombres, raros de narices muchos de ellos? Quia. Muchos más. Infinitamente más. Porque muchos de esos personajes que Toribios unas veces retrata, otras ensalza y otras caricaturiza, tienen padres, hermanos, tíos, abuelos y demás linajes y estirpes, e incluso adláteres de nombres aún más extraños o pintorescos que los que titulan cada fecha de un calendario profano, cargado de una excelente literatura de corte clásico y de un fino sentido del humor que florece ante determinadas situaciones histriónicas o cuando, paradójicamente, el personaje citado hace gala de unos sentimientos, ademanes o comportamientos tangencialmente opuestos a los que la tradición acomodada en el escaño de la convencionalidad haría sospechar.

No es solo objeto de culto literario este libro. Ahora que se lleva lo retro y lo vintage, y que empieza a provocarnos agujetas en las meninges que los vástagos de nuestro porvenir se llamen Jennifer, Carlota, Kevin u Omar, podemos echar mano también del índice general o del onomástico de este libro y bautizar a nuestros descendientes con el nombre de algún rey visigodo, de un cónsul latino, de cualquier sabio presocrático o de ciertos bárbaros centroeuropeos o norteafricanos de los tiempos de Nerón, de Príamo, de Aníbal o de Carlomagno.

Puesto a reparar en nombres raros, se me ocurrió pensar en algunos personajes peripatéticos que he conocido a lo largo de las casi seis décadas que emponzoñan mi biografía, y que hacían honor a sus pomposos apelativos. No he encontrado Tiburcios ni Temístocles ni Ludivinas, por ejemplo; pero sí me he topado con Fidencios y Genuinos y Abilios y Agatones y Melanias. Aunque el perfil de estos personajes creados por el hijo de un ferroviario poco o nada tienen que ver con los que zancadillearon algún momento de mi pasado.

Y digo perfiles, porque Antonio Toribios nos describe a sus protagonistas con precisión de miniatura, de estampa de filatelia, con visibilidad de daguerrotipo, empleando biografías generales o generacionales unas veces, y otras datos expansivos o trazos muy determinados de cada santo.

Manifiesta Toribios su prodigiosa imaginación para ofrecernos un muestrario donde ningún cromo se repite, por más que dé la sensación en ocasiones de que algunos individuos saltan de unos días a otros, sin darle tregua al calendario. Y así podemos encontrarnos a Ladislaos que nos recuerdan al mítico Kubala, a Longinos que lo mismo fabrican relojes que rompen lanzas en cuerpos sacros, a Arcadios que coquetean con señoras vestidas de negro mientras deshojan la margarita de su luctuoso futuro, a Güendolinas que se exilian sin tener demasiada historia, a Verónicas con garbo torero, a Jerónimos que fuman una pipa (de la paz) distinta cada día del año, a Casios que podría haber puesto otra vez de moda Shakira, a Nicetos que querían ser jefes de estado y acabaron haciendo malabares en las pistas de circo, a Rodacianos que son autómatas futuristas o, para terminar el almanaque, Estalones que nos recuerdan a un Rocky Balboa cosido a mamporros o a un Rambo acorralado hasta la extenuación.

El libro es incuestionablemente cautivador, pero no cometan el error de Julio, que nació el tres de diciembre siendo un amante del calor sobre todas las cosas, ni se dejen seducir por la dulzura que llega a repugnar de algún personaje excesivamente esponjado en hidromiel (de cuyo nombre, ahora, maldita sea, no logro acordarme); déjense encandilar más bien por Mafaldas nacidas de la cabeza de algún señor cabal, y –como ocurre con los tacos Myrga auténticos o con cualquier relato de Borges– no apuren esta copa narrativa de un trago. Disfruten poco a poco, día a día, de la historia nominal que corresponda en este calendario onomástico que solo un gran genio de lo hiperbreve como Antonio Toribios podía compilar de una tacada.  

José Ignacio García
es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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