Maurice Béjart, un ave fénix en el ballet de París

La compañía homenajea al coreógrafo en el 15 aniversario de su muerte con un programa triple en el que destaca ‘El pájaro de fuego’ de Stravinski. Cines Van Gogh lo retransmite en directo

Javier Heras
25/05/2023
 Actualizado a 25/05/2023
‘El pájaro de fuego’ de Stravinski. | JULIEN BENHAMOU
‘El pájaro de fuego’ de Stravinski. | JULIEN BENHAMOU
El ballet del último siglo le debe mucho a Maurice Béjart (1927-2007). Bailarín, coreógrafo, director, icono, liberó la danza de su imagen elitista y minoritaria, y la expandió a todos los públicos. Se atrevió a incorporar a sus creaciones efectos modernos y acrobacias, pantalones vaqueros y leotardos como vestuario, música contemporánea, electrónica y rock, pies descalzos en vez de zapatillas de punta. Ecléctico, políglota, cosmopolita y muy prolífico, hizo de la mezcla cultural su seña. Colaboró estrechamente con estrellas como Nureyev, Vasíliev o Sylvie Guillem, fascinó a artistas como Fellini.

Su formación fue clásica, con leyendas como Léo Staats, Madame Rousanne o Roland Petit. En 1960 fundó el prestigioso Ballet du XX Siècle en 1960 en Bruselas, del que se marchó en 1987 para crear el Ballet de Lausanne, baluarte del neoclasicismo europeo. Un rasgo constante con el que supo atraer a las masas fue su mirada abierta y multirracial: en sus compañías había (y hay) profesionales europeos, cubanos, africanos, eslavos… «Con él, los bailarines dejaron de parecer objetos decorativos, se mostraron como seres humanos llenos de fuerza y rebeldía», señalaba en un artículo Arantxa Aguirre, directora del documental ‘Dancing Beethoven’, que en 2018 alzó la Espiga de Plata en la Seminci y optó a los Goya.

Durante más de cuarenta años, el genio marsellés colaboró con la Ópera Nacional de París, a cuyo repertorio incorporó más de una veintena de títulos. Ahora, el ballet le rinde homenaje en el 15 aniversario de su muerte con un programa triple. Tres de sus trabajos esenciales, piezas abstractas, sin argumento, estructuradas a partir de a la música, siempre una prioridad para él. Como reza el programa de mano de Arianne Dollfus (periodista experta en danza y biógrafa de Nureyev), la coreografía sobresale «por su vigor atlético y por su imponente presencia masculina».

Este jueves  a las 19:45 Cines Van Gogh retransmite la velada en directo desde la capital francesa. La función comienza con su versión de ‘El pájaro de fuego’, el rompedor ballet que Stravinski compuso en 1910 para los Ballets Rusos de San Petersburgo. En 1970, en París, el coreógrafo se distanció radicalmente del original: descartó tanto los pasos de Diaghilev como el propio argumento, que le resultaba caduco. «Lo que queda es música pura (…), emoción», escribió Béjart en su prólogo. Aquí, el ave fénix –el pájaro que renace de sus cenizas– se convierte en un símbolo revolucionario. De color rojo, emerge de un grupo de partisanos –con uniformes gris azulado– para guiarlos, en una oda a la juventud y la esperanza, llena de potencia visual y violencia rítmica. No faltan referencias al reciente Mayo del 68 (también en la puesta en escena: el sol rojo, los cuellos tipo Mao).

Su gusto por la gran escala –no olvidemos que llegó a adaptar la colosal ‘Novena’ de Beethoven– continúa en el ‘Bolero’ (1961, Bruselas), sobre la mítica partitura de Ravel (1928). Decenas de bailarines rodean una gran mesa roja y circular sobre la cual una solista (mujer u hombre) da rienda suelta a una danza voluptuosa y erótica. Mientras los embruja, ellos la van rodeando, ardientes de lujuria. El ambiente pretende imitar el de un tablao flamenco. Béjart trató de que la danza captase la transparencia y simplicidad de la música, una melodía obsesiva que se repite hasta la extenuación. Ni la armonía ni el ritmo se alteran: todo el desarrollo se basa en la dinámica, en un volumen que nunca deja de crecer, al añadirse más y más instrumentos hasta el éxtasis.

Entre medias, y en profundo contraste, ‘Le Chant du compagnon errant’ (Bruselas, 1971) es una pieza íntima, de gran lirismo, para solo dos bailarines masculinos. Al personaje principal –vestido de azul–, un soñador que parece perdido, lo sigue una figura enigmática, de rojo. Su interacción es un austero tira y afloja que desemboca en la muerte. El lenguaje de Béjart logra sus cotas más altas de sensualidad, perfección plástica y rigor, aparte de la modernidad que supuso el propio hecho de plantear un pas de deux entre hombres. En cuanto a la música, acudió a Mahler, en concreto a su ciclo de lieder ‘Canciones de un caminante’. «Pese a su aparente pesimismo» –anotó–, «canta a una angustia existencial de la que emerge la luz». Más adelante usaría la ‘Tercera Sinfonía en Ce que l’amour me dit’ (1974) y la ‘Quinta’en su ‘Adagietto’ (1981).
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