21/06/2020
 Actualizado a 21/06/2020
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Mata Mua es el título de un pequeño cuadro, de menos de un metro en su lado mayor, que solía colgar de una pared de tonalidad veneciana en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ala dedicada a la colección de su viuda, junto a otros cuadros de su estilo y época. Esa es una de las virtudes de los museos: uno acude a ellos para encontrar lo que sabe le espera allí. Desde hace días, ni esa ni otras tres estimables pinturas que se exhibían (Degas, Monet, Hopper) pueden verse, aunque en la página web de la colección siguen encontrándose. La realidad y lo virtual no concuerdan.

Mata Mua fue pintado por Paul Gauguin en 1892 durante su primer viaje a Tahití, archipiélago de las Islas de la Sociedad, Polinesia francesa, las edénicas cumbres unidas de un par de volcanes en medio de la inmensa hostilidad del Pacífico sur. Esa isla fue escala del Bounty antes de que su tripulación se amotinara. El pintor viajó a ese, el otro lado del mundo, en busca de un país exótico y primitivo que proporcionara temas a su obra y lo redimiese del acomodaticio arte europeo. No lo encontró. Pero es difícil renunciar a lo que se busca aunque no exista, por ese motivo pintaría allí algunos de sus más admirados cuadros, con representaciones que su imaginación dispuso. Uno de ellos es Mata Mua, en que varias mujeres adoran a la deidad lunar maorí, Hina, evocación de una sociedad ‘genuina’ que vive sobre todo en sus lienzos. Estos cuadros contribuyeron a forjar una imagen de artista extravagante que ya entonces le procuró cierta clientela de la que nunca estuvo sobrado. Maorí quiere decir ‘normal’.

Mata Mua no se vendió en su subasta y fue adquirido en 1895 después de rebajar su precio a quinientos francos. Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, segundo barón de su nombre según un título nobiliario no vigente, adquirió la mitad del cuadro en 1984 y la otra mitad en 1989. Su precio entonces, 24 millones de dólares, se eleva hoy a más de 40 millones de euros. Ese potentado tuvo que recomprar muchas de las obras que ya había coleccionado su padre y que sus hermanos heredaron sin afición. Ese ingrato proceso influiría a la hora de optar por un museo como única manera de evitar la misma dispersión a su muerte. Thyssen vendió su colección al Estado español y el museo abrió en 1992. Su viuda, también conocida como ‘baronesa’ Thyssen o Tita Cervera, posee otra colección, cuyo alquiler y, tal vez, futura adquisición, se negocia hace años. Se expone junto a la de su marido desde 2004 en un edificio público levantado para ello. Aquella compra propició uno de los últimos grandes museos de arte del mundo. En esta, ministros de cultura de distintos partidos y gobiernos se han reprochado la negociación. Los dos últimos, en la prensa la semana pasada.

«Mata Mua no se vende», ha declarado la señora Thyssen-Bornemisza, aunque lo haya descolgado del museo. Ella solo atiende sus intereses y los de sus herederos. Tiene muchos gastos, afirma.

Mata Mua quiere decir ‘Érase una vez’.
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