Magnitud de lo breve o matar dos pájaros de un tiro

José Ignacio García comenta los libros 'Hasta que la muerte nos separe' y 'Bestiario', ambos de Eolas Ediciones

José Ignacio García
12/11/2022
 Actualizado a 12/11/2022
libros-eolas-ediciones-12112022.jpg
libros-eolas-ediciones-12112022.jpg
'Hasta que la muerte nos separe’
Elías Moro
Eolas Ediciones
Microrrelatos
164 páginas
16,00 euros

‘Bestiario’
Ángel Olgoso
Eolas Ediciones
Microrrelatos
146 páginas
15,00 euros

Me sucede con frecuencia. Me refiero al enojoso trance de encontrar un título para mi reseña. Cuando el libro "me pone" menos, me cuesta vislumbrar un encabezamiento que me parezca adecuado. Sin embargo, cuando me entusiasma la obra que leo, me suele ocurrir como a los entrenadores de fútbol que tienen que resolver la jeroglífica papeleta de elegir entre dos buenos jugadores para ocupar la misma posición sobre el césped.

Eso me ha sucedido hoy, que no es la primera vez que ocupo este espacio con dos libros. Pero sí es la primera (nunca es tarde para experimentar nuevas sensaciones y afrontar desafíos escalofriantes y desconocidos) que ambos libros son de autores diferentes.

Por eso, para romper moldes y ponerle un poco de chispa a este compartimento amueblado de palabras, hoy les doy a elegir el título que prefieran. El culto y cavilado (y hasta un pelín poético, si me apuran): ‘Magnitud de lo breve’; o el prosaico y recurrente ‘Matar dos pájaros de un tiro’, que todo el mundo conoce y que me viene al pelo. Por la intención de este hatillo de palabras y por el contenido de los dos libros que hoy traigo a colación.

En realidad, ambos titulares me encajan como anillo al dedo. El primero, porque ambos libros ponen de manifiesto la grandeza de las narraciones más breves, de esos microrrelatos que esconden una historia grande detrás de una cortina escasa de palabras; y el segundo, porque la muerte y las aves (y otros animales reales o legendarios) abundan en este par de pequeñas joyas que han escrito esos dos pájaros de cuidado que son Elías Moro y Ángel Olgoso.

Pero ambos libros reúnen algunas concomitancias, que me han animado a aunarlos en esta crónica; y así, de un plumazo, me quito dos lecturas pendientes de encima, abro un mínimo hueco en mi agenda de libros por reseñar, hago justicia a un par de narradores fantásticos (en el doble sentido del término) y espero despertar en algunos de ustedes el apetito voraz de devorar dos colecciones de microrrelatos tan diferentes como complementarias.

Porque ambas recopilaciones se basan en narraciones mínimas para enamorarnos, deslumbrarnos o desternillarnos de risa con sus argumentos. Ambas están publicadas por el sello leonés Eolas. Ambas muestran la imaginación y la capacidad creativa de sus autores. Ambas usurpan títulos ya usados antes por otros escritores o cineastas. Y ambas, manifiestan, a la manera particular de cada cual, la dimensión literaria de quienes las rubrican.

Es más, si como me ocurre a mí, muchos de ustedes son de leer varios libros a la vez (coincidiendo unas veces los géneros y otras no), les resultará deliciosa la mezcla de los divertidos micros de Moro y los imaginarios de Olgoso.

Pero vayamos por partes. Me he preguntado muchas veces cómo dejaron empadronarse en Mérida a un tipo pícaro, larguirucho y desgarbado, oriundo de Vallecas y que presume de bailar salsa, tango y chachachá, con la gracia rígida de un palo de escoba. Eso, como dice Pérez Reverte en uno de sus libros, no podía traer nada bueno. O, al menos, como digo yo, nada serio.

Por eso, Elías Moro hace honor a su aspecto de canalla seductor y demuestra que es uno de los máximos exponentes en el arte de hacer reír desde la literatura de extrema calidad. Algo tremendamente difícil, porque siempre se ha dicho que es mucho más socorrido provocar lágrimas que carcajadas; y porque es muy complicado convertir en algo frívolo, divertido, anecdótico o desprovisto de rigores trágicos, dramáticos o tristes el paso de cerrar los ojos para siempre; porque no es fácil hablar de crímenes, asesinatos, homicidios y demás matanzas violentas, casuales o accidentadas como si se asistiera a una fiesta chufletera. Pero es lo que tiene saber combinar la ironía, el ingenio, la imaginación, la socarronería y el lenguaje adecuado a cada conflicto, para quitar hierro y dramatismo a situaciones irreversibles, que casi siempre convierte en irreverentes.

A muchos les parecerá, a primera vista, que el lenguaje del escritor vallecano injertado en emérito emeritense es cercano, sencillo, coloquial y artesonado de frases hechas y de dichos populares. Ya les aseguro yo que escribir con esa destreza, con ese ritmo, con esa pureza, solo está al alcance de algún privilegiado capaz de manejar la semántica con la habilidad malabarística que únicamente los autores consagrados atesoran. Alguien que crea, transforma y destruye en un santiamén vidas, escenarios o retratos, y que los abrocha con unos finales colosales y machihembrados. Y créanme, conseguir eso ciento cuarenta veces en ciento cuarenta páginas, no es nada sencillo.

Ah, una última advertencia: ándense con pies de plomo y no se atrevan a llevarle la contraria si Moro se pone pesado o impertinente; no vayan a terminar ustedes empachados de ese plomo pedestre porque pasaban por allí, aunque sean justos y paguen por pecadores o se arriesguen a morir porque sí o porque no. Qué más da. Y, por supuesto, tengan mucho cuidado de no atragantarse con algún crimen perfecto o imperfecto y de no morirse de la risa con alguno de los desenlaces.

En lo que se refiere al granadino (este de pura cepa y raíz nazarí, sin trasplantes geográficos) Ángel Olgoso –recientemente galardonado con el Premio Andalucía de la Crítica, con su deslumbrante ‘Devoraluces’, del que dimos buena cuenta en este arcón hace unos meses–, solo cabe rendirse una vez más a su majestuosidad narrativa, a su magisterio a la hora de crear mundos y personajes que convierten la ficción en una ciencia. En su particular ‘Bestiario’ tienen cabida personas, animales auténticos, especímenes mitológicos, seres que emergen de su ideario particular, y que muchas veces se van transmutando a lo largo de cada «breviario» asilado en estas páginas. Unos «breviarios» (y perdonen que insista con el palabro) donde lo poético y lo metafórico pactan coaliciones con la fantasía para crear unas historias mágicas, en las que aparecen robinsones naturalistas que ponen en peligro de extinción extrañas especies animales, en las que las cucarachas se enfrentan a los insecticidas, los burros se refugian en la pasión y la locura, algunos hermanos humanos anidan en cuerpos caninos, las ratas tienen pretensiones eruditas, los tatuajes se convierten en serpientes, las abejas hacen enloquecer a los leones o la Humanidad es un insecto a punto de perecer, aplastada por un pisotón.

Hay un prólogo esclarecedor e imperdible de Jorge Fernández Bustos, que sitúa con precisión en su lugar al cuento fantástico. Ese cuento fantástico que, a través de la pluma de Olgoso, se convierte en "fantástico zoológico literario", donde caben todo tipo de animales que son capaces de agotar las posibilidades narrativas.

Si Olgoso es siempre un orfebre del lenguaje, puede que en este libro bestial dé su mejor muestra en el relato La ilusión del horizonte, donde las frases y las descripciones minúsculas y precisas alcanzan un grado superlativo y demuestran la grandeza de un narrador que, sin embargo, tiene la humildad de pedir permiso para yacer con los adverbios acabados en mente.

Puede ser que lo que les estoy contando a algunos les resulte, por ejemplo, kafkiano. Están en su derecho. Pero, en mi humilde opinión, los horizontes creativos de Olgoso van mucho más allá de Gregor Samsa, quizás expandidos por los aires de Sierra Nevada.

Asegura Ángel Olgoso, en un coloquio entre dinosaurios, previo a su aniquilamiento, que «cuando una civilización acaba por hacer literatura sobre la literatura de la literatura, llega al límite y sus días están contados». Pero ya les aseguro yo que este par de pájaros, Moro y Olgoso, y a pesar de las pretensiones de mi título alternativo, son difíciles de matar; que les queda cuento, por enormemente breve que sea, para rato.

Ojalá que ningún pie exterminador (vírico o nuclear) nos aplaste y podamos seguir disfrutándolos. Y que sea por muchos años.
José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
Archivado en
Lo más leído