Luis Díaz Viana: "Hay una relación obvia entre el populismo cultural y los nacionalismos"

La presentación del libro 'Los guardianes de la tradición' irá acompañada de la conferencia ‘Antropología, patrimonio e identidades’ y tendrá lugar este miércoles en el Salón de los Reyes organizada por la Fundación Jesús Pereda

C.C.P. (ICAL)
16/03/2021
 Actualizado a 16/03/2021
El antropólogo zamorano Luis Díaz Viana. | ICAL
El antropólogo zamorano Luis Díaz Viana. | ICAL
Veinte años después de que Sendoa Editorial lanzara al mercado ‘Los guardianes de la tradición’, del antropólogo zamorano Luis Díaz Viana, la obra cobra nueva vida en las librerías con una doble reedición, a cargo de la Editorial Páramo en España y de la UNAM en México. El volumen, «apenas corregido aunque sí minuciosamente revisado» por su autor, mantiene y amplía su vigencia en la actualidad, donde el auge de los nacionalismos refrenda por desgracia algunos de los planteamientos expuestos dos décadas atrás por el investigador castellano y leonés. Este miércoles a las 19:00 h. se presenta en el Salón de los Reyes del Consitorio de San Marcelo en un acto organizado por la Fundación Jesús Pereda de CCOO Castilla y León en colaboración con el Ayuntamiento de León y para cuya asistencia es necesaria inscripción previa en: bit.ly/GuardianesLeón.

– ¿Quiénes son y qué buscan los guardianes de la tradición?
– En el libro se explica con un detalle no exento a ratos de cierta rotundidad, si no quiénes son exactamente esos ‘guardianes’, sí a qué se dedican. Qué es lo que básicamente hacían o siguen haciendo, pues su función principal apenas habría cambiado en las dos últimas décadas. Esa función no es otra que la de ‘autorizar’ lo que debe ‘existir’ o permanecer y ser valorado entre el magma de la ‘cultura popular’, en el sentido de que serán esos ‘guardianes’ los encargados de acreditar la ‘autenticidad’ de lo que se recolecta. Porque tales ‘garantes’ de las tradiciones vienen a decidir, en la práctica selectiva de lo que ha de recogerse, qué es digno de pervivir o seguir existiendo en el conjunto de una cultura para representar al verdadero y único ‘pueblo’.

– ¿Cómo diferenciar entre los que persiguen intereses ocultos y quienes no en la defensa de las tradiciones?
– Al final de la Nota a esta nueva edición, expreso algo que aclara bastante ese asunto. Uno podría pensar que, con una «defensa a ultranza de lo propio», está actuando de forma positiva y hasta progresista frente a determinadas amenazas. Además, no tiene por qué ser erróneo, sino todo lo contrario, el impulso de conocer y reivindicar la propia cultura. Lo que hay que preguntarse es a qué intereses y objetivos –quizá sin pretenderlo– podemos servir, en un momento dado, haciéndolo. Si se conocen trabajos como este mío u otros que le siguieron, la equivocación inocente en la manipulación y transformación de la cultura popular no es tan factible. Se ofrecería o ‘vendería’ algo en lo que en realidad no se está ya creyendo. Pues esa es la raya (la de la consciencia o inconsciencia) que separa una actitud naif y que puede ser bienintencionada, aunque confusa, de la impostura estratégica y contumaz.

– ¿Cuál es la relación entre el populismo cultural y los nacionalismos?
– Hay una relación obvia. A lo largo de las páginas del libro se desmontaban las imposturas de un ‘populismo cultural latente’, por la necesidad de advertir a amplios grupos de la sociedad acerca de sus equivocadas percepciones sobre la ‘cultura’ y lo ‘popular’, ya que por debajo de los disfraces de esa tradición que algunos identificaban como algo progresista, lo que asomaba era el ‘conservadurismo ideológico’ más recalcitrante. Toda construcción nacionalista apela a una cultura propia que suele ser reducida, como punto de partida, a una tradición. La alquimia de este proceso es sencilla: quienes identifican y recuperan a aquella se convierten en valedores de las esencias ancestrales de un pueblo que, por fuerza, está destinado a constituirse en nación y en estado-nación. Desaparecen las clases, las tensiones entre humildes y poderosos, los desequilibrios y luchas internas. El pueblo-nación sería solo ‘uno’; y el culpable de todos los males que aquejan a la sociedad, ‘otro’, ‘los otros’: quienes no son como nosotros, aunque quieran confundirse y mezclarse entre los ‘nuestros’. En esta línea resulta muy revelador que, cuando la extrema derecha ha empezado a impulsar sentimientos abiertamente xenófobos (en paralelo a los desatados por el nacionalismo catalán más furibundo contra los ‘españoles’), se haya invocado como remedio y auxilio a la ‘tradición’, a tradiciones pretendidamente auténticas por arcaicas, rurales y ‘de siempre’. La tradición equivaldría a la cultura y esta al territorio y la nación.

– ¿Qué buscaba cuando escribió ‘Los guardianes de la tradición’ en 1999?– Poner a las corrientes a favor de una cultura tenida como popular, pero que en muchos casos desemboca solamente en una defensa de la ‘tradición’, ante sus propias paradojas, que además podrían haber sido las mías propias. Enseña bastante, por las incoherencias de este tipo, el movimiento ‘folk’ estadounidense de los años 60, a la luz de la revisión crítica que hacen de él los hermanos Coen en una interesante película, ‘A propósito de Llewyn Davis’. Este movimiento de aproximación a una cultura que se identificaba como popular, de la gente o del pueblo, por parte de jóvenes urbanos desarraigados como Bob Dylan o Dave Van Ronk, incurría en algunas interesantes contradicciones. Recrean baladas irlandesas pero proceden de ciudades prefabricadas y ámbitos industriales. Son, como diría con lucidez el mismo Van Ronk, ‘neo-étnicos’. Y gente ‘de izquierdas’ que, sin embargo, no tenía muy claro cómo actuar para que el uso de la cultura (y más en concreto de la cultura popular) no reprodujera los mecanismos que conducían a la utilización de lo cultural como herramienta o arma del poder político en su vertiente más conservadora. Es decir, no acabara convirtiéndose aquella cultura en lo que Gramsci había denominado ‘hegemonía cultural’ o cultura de las élites dominantes. – ¿Por qué el discurso ha mantenido su vigencia?– Porque esa contradicción sigue existiendo y no afecta solo al tratamiento de la cultura popular: de hecho con frecuencia se invoca desde la izquierda a la cultura, casi como elemento redentor, cuando aquello que finalmente ha sido sacralizado como hito cultural difícilmente escapa a las luchas de poder que determinan la cultura que ha de guardarse, conservarse o predominar. En parte, esto sucede porque la aproximación antropológica a la cultura tarda en calar en este país y muchos otros de Europa: se confunde demasiado a menudo cultura con instrucción o educación y no se deslinda lo que es cultura, entendida antropológicamente, de la industria o industrias culturales masivas y no ‘artesanales’. En este sentido, no puede dejar de recordarse el largo y accidentado camino de conceptualización de lo popular desde la última Guerra Civil hasta el presente. Pues no es seguramente nada casual que quienes más apostaron (ya entonces como hoy) por la versión casticista y fosilizada del pueblo para su manipulación suelan recurrir a la tradición en cuanto estrategia de domesticación de lo popular. – ¿Qué le ha llevado a reeditar ahora el libro?– No es motivo de especial alegría que este texto mantenga su vigencia hoy o, incluso, su oportunidad haya crecido con el tiempo, pero puede decirse que es así, ya que el libro tiene más actualidad que nunca. El culto al pueblo constituyó una estrategia romántica de reintegración espiritual y nacional, un invento útil, no un intento de explicar lo popular, sino un recurso para explicar al pueblo lo que debía volver a ser, una añagaza para prevenir al pueblo contra sí mismo. Como podemos comprobar en la actualidad, se trata de una táctica que continúa funcionando perfectamente no solo con nacionalismos independentistas, sino con todos los nacionalismos. Como recojo en el libro, en muchas ocasiones no era tanto la cultura popular y propia, no era la belleza de nuestra literatura oral o nuestros ritos, mitos y ‘tradiciones’ supuestamente rurales lo que se reivindicaba. ¡Era la reacción ante los cambios que estaban ocurriendo la que se rearmaba y quería volver a impulsar! – ¿Ha tenido que retocar mucho del texto original?
– Después de darle bastantes vueltas, tanto por mi cuenta como mediante consultas a mis editores, colegas y amigos, me pareció que lo más adecuado era conservar la edición de 1999 íntegra, sin trucos, maquillajes, recomposiciones o afeites tardíos, de manera que así pudiera apreciarse qué había dicho entonces y, sobre todo, qué temas o debates abordé y qué términos utilicé para que pudiera apreciarse cómo, luego, serían empleados y a veces desarrollados por otros autores.

– ¿Por qué ha querido añadir un segundo bloque respecto al libro original?
– Ese trabajo tiene mucho de reflexión sobre mis sucesivas aproximaciones al asunto de la manipulación e imposturas en torno a la cultura popular, y de homenaje a algunos colegas. De hecho, surgió como un texto que casi podríamos denominar ‘de encargo’ en que quise mostrar mi reconocimiento –entre otros que allí detallo– a la inmensa y magnífica obra de Margit Frenk. En octubre de 2019, fui invitado a presentar en el IX Congreso Internacional de Lyra Minima en Morelia una de sus conferencias magistrales y elegí el tema que se trata en el libro para mi intervención.

– Además de la Nota a esta edición y la bibliografía final, esta reedición incluye también como novedad un prólogo del catedrático emérito de antropología de la universidad de Chicago, James Fernández McClintock.
– Creo que acierta a encajar muy bien el significado y repercusión del libro tanto en un contexto nacional como más allá de este. Porque parece obvio que si cierto discurso romántico, conservador e interesado sobre lo popular, sigue teniendo tanta aceptación en determinados lugares y ámbitos (casi siempre extraacadémicos) más de cien años después de que sonaran las primeras voces reclamando la ciega santidad del pueblo, es porque no han cambiado lo bastante las condiciones en que se produjo: la sensación por parte de algunas clases medias de hallarse desarraigadas, si no desalojadas en el nuevo orden, la inseguridad y desconfianza ante el futuro, la necesidad de una nueva fe. Persiste aún la inclinación a regresar a un pasado en supuesta armonía social, a la religión, al pueblo (como una especie de religión). Y el culto a ese pueblo plasma y viene a llenar el anhelo romántico de una fe, pero también continúa sirviendo como artimaña desde la que manipular las creaciones mis marginales y menos homologables de la cultura. El libro va de esto: lo que quiere mostrar es que, tras complejas alquimias conceptuales y determinados cambiazos terminológicos, lo que se pretende con el proceso de reducción de ‘cultura’ a ‘tradición’ y de ‘pueblo’ a ‘nación’ es siempre exaltar unas supuestas esencias patrias: cuando no convocar los fantasmas del nacionalismo, la separación y la exclusión.
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