Los personajes del tío Ful: Ernesto, exminero de Fresnedelo

La silicosis le recordará siempre su profesión de minero durante décadas. Y su buena memoria guarda los recuerdos de la vida en este valle de Fornela, hoy casi deshabitado

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
29/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Sentarse con Ernesto en algún rellano de las empinadas cuestas de Fresnedelo, en el valle de Fornela, es un lujo y un placer a la sombra de casas de enormes piedras y castaños que regalan «las mejores castañas, algo pequeñas, pero sabrosas como no hay otras».

El viejo minero, que tiene que descansar de vez en cuando para tomar aire —«la silicosis, ya sabes»—, lleva en su memoria casi un siglo de vida de este su pueblo, Fresnedelo, y de este valle, Fornela. «Todas estas casas estaban llenas, familias muy largas, y ahora seremos 11 personas en el pueblo. Es que aquí, la verdad, la vida era muy dura.

Y recorre aquellos años duros en primera persona, recordando cómo los vivió él, trabajador desde niño, vecino hasta viejo. «Con ocho años empecé a ir con el ganado, de pastor; y con 14 ó 15 años falsifiqué la edad para poder entrar a trabajar en la mina, era lo que había, hacía falta en casa».

Recuerda aquellos amaneceres pasando por las casas de los otros vecinos que bajaban para las minas de Fabero y Lillo, andando. Aquellas largas jornadas de mina, de otra mina, mucho más dura y peligrosa, para regresar a casa y seguir trabajando... «Bueno, alguna vez también íbamos a las fiestas de los pueblos del valle, que a esas edades el cuerpo lo aguanta todo... y más».

Incluso estudiar, que si de algo está orgulloso Ernesto es de haberlo hecho. «De niño iba a la escuela de noche, ya que de día trabajaba; y cuando bajé para Fabero le pagaba a un maestro para que me enseñara. Fui tres años con él y no hubo dinero mejor empleado, con el tiempo pude ser encargado en la mina porque me arreglaba con los números, llevar planillas...».

También se siente muy orgulloso de la solidaridad de la gente en aquellos tiempos y, especialmente, de los vecinos de Fresnedelo. «Aquí era tradición por las fiestas que nadie se fuera sin cenar, cada vecino acogía a algún forastero... y a cenar, que luego sigue el baile».

No me extraña. Conociendo a Ernesto se entiende.
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