Los Nadies / Los Todo

Los Nadies no son, aunque sean, dice Eduardo Galeano en su conocido poema. Por eso se los mete a puñados como carga en un camión o enseguida se les hace un agujero en el suelo. Como los Nadies no son, aunque sean, continúa el poema, no figuran en la historia, sólo en la crónica roja de la prensa, y no tienen nombre, sino número.

«Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre / muriendo la vida, jodidos, rejodidos». Los nadie, los ningunos.

Cincuenta y tres personas muertas por asfixia, por sed, muertas por miseria, en fin, en ese camión en San Antonio, Texas. Treinta muertos más -37, dicen las ONG, no se sabe bien- en Nador, frente a la frontera vallada que intenta ser un abismo entre Marruecos y Melilla, que es una frontera con Europa, que es una frontera entre tantas cosas, entre los que son y los que no.

Cuerpos entretejidos en el tapiz de la muerte, frente a esa frontera. Esas imágenes que Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, dijo no haber visto cuando aseguró que todo había sido «bien resuelto», como si esa excusa fuera válida ante unas palabras que no sólo nos avergüenzan sino que nos llevan hasta la infamia.

No sólo es necesario investigar lo que ha ocurrido y cómo ha ocurrido, lo más importante es que no se repita. Pero eso no se logrará si no se empieza a considerar la emigración de otra forma, porque saltar la valla es la gran esperanza de muchos. Es un salto por el que se deja a la familia y se cruzan países, es un momento que se sueña durante años.

Frente a los Nadies, los Todo llevan trajes azules o zapatos de tacón y deciden sobre cosas grandes -¿es la vida humana una cosa grande o no lo es?- y estrechan manos muy frías.

Y hay algunos Todo que, aunque cobren más de cien mil euros al año, podrán recibir becas para que sus hijos estudien en colegios e institutos privados, como acaba de anunciar la Comunidad de Madrid.

Para los Todo, todo.

Para los Nadies, nada.