12/04/2020
 Actualizado a 12/04/2020
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Me conmueve muchísimo el esfuerzo formidable y tan temerario de los sanitarios combatiendo al peligro común, las celebradas altas de los primeros enfermos en las UCIs o de aquellos a priori predestinados a una muerte segura por su edad o sus dolencias. Me emocionan los reportajes de personas solidarias que telefonean a ancianos desconocidos para paliar su soledad, de policías o soldados entregados a labores penosas con un espíritu de servicio encomiable, de gestos solidarios y nobles por doquier…. Siento una simpatía inesperada por algunos de los entretenimientos que se prodigan de terraza en terraza y hasta me agita una nostalgia un poco absurda cuando veo imágenes de animales sobrevolando o paseando solitarios y confusos por las calles de una gran ciudad colmada de trinos. Aunque sepa que algunas pueden ser un montaje, incluso así me gustan. Hasta las renuncias a parte de su salario de algunos millonarios o las donaciones de ciertas empresas me agradan, al menos un instante, un segundo. He arrinconado muchos recelos y suspicacias en estos días porque no me ayudan a sobrellevar el encierro, sino lo contrario. Sin embargo, al final de cada día y de cada telediario abarrotado de bonhomía destinada a abrirnos el corazón en carnes, acabo por preguntarme ¿y los malos? ¿Dónde están los malos? Los malos no son esos tipos que pasean perros de peluche o salen disfrazados de Supermán en busca de unos minutos de celebridad, ni siquiera el cura que sale a bendecir ramitas pensando que la justicia de los hombres no va con él. Esos son solo villanos de coña, gente risible pillada en la calle exhibiendo estulticia. Tampoco son aquellos a los que no pillan saltándose la cuarentena para ir a la playa o al pueblín y que, si acaso después muere algún anciano, se presentarán en el funeral para dar muchos y sentidos pésames. No, esos solamente son los cretinos y egoístas de toda la vida, de todas las barras de bar.

Me refiero a los malos de verdad, a los que están siempre pero que en momentos como estos crecen por esporas, se aprovechan más aún de las circunstancias y de nuestro enternecido corazón. Los del estraperlo, los capos de alguna droga no necesariamente ilegal, los enriquecidos por estafa en momentos de debilidad. Me refiero a esos tipos que especulan con las mascarillas, a los que suben el precio de los respiradores o los subastan al mejor postor incumpliendo contratos ya firmados, a los que regatean con una medicina o una protección para obtener precio de oro. A los que suben los precios precisamente ahora o se aprovechan de sus trabajadores. A los que difunden bulos y fotos trucadas que nos alarman por unos momentos y desbaratan la fe de unos cuantos por mucho tiempo, tal vez por todo. Los que se escaquean, los que sacan tajada, los que se ríen de todo y de todos. Los de siempre. Esos tipos deberían aparecer también en los telediarios. Creo que eso nos daría fuerzas para aguantar. Para que nos esperen a la salida.
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