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Los días gozosos

02/04/2023
 Actualizado a 02/04/2023
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Mientras restallan los petardos y los barrios se infestan de humo y llamaradas, un buen número de valencianos abraza a sus perros desquiciados o intenta esquivar el aparente entusiasmo de las muchedumbres que le impide seguir con su vida normal. Muchos pamplonicas abandonan la ciudad en cuanto sus calles céntricas empiezan a cubrirse con talanqueras y los parques, portales y cualquier cobijo improvisado se abarrotan de gente acampada que comienza a beber y lo hará durante una semana, regando el paso de vómitos y desperdicios de parranda. Sucede en esos lugares que las fiestas locales han dejado de ser un acontecimiento tradicional, ocasión de encuentro del vecindario, para convertirse en una atracción turística ajena y un negocio a gran escala que expulsa a los habitantes sin contemplaciones y secuestra los espacios públicos sin alternativa. Así la Semana Santa.

Hace décadas esa celebración aún conservaba el impulso sincero que alberga toda celebración litúrgica cuando se atiene a sus orígenes y significado: el de una trascendencia que, se esté de acuerdo o no con su mensaje y forma, tiene sentido. Ahora no. Desde el primer día se produce una frenética invasión de las calles por batallones caracterizados cuyo objetivo parece exhibirse y competir por la atención del público o la preminencia entre grupos fuera aparte de la religiosidad o coherencia del relato. Para que se entienda mejor: el protagonista aparece ya crucificado el primer día y con tal spoiler no hay tensión que valga, no hay quien conozca.

Qué decir sobre una estética tan propensa año tras año a la gráfica cursi y el tremendismo de carpintería. O sobre la legitimidad de esta invasión arbitraria y persistente del espacio público por parte de una celebración confesional. Se tiende a justificar por medio de las cifras del negocio que proporciona, aunque no sepamos a quién ni calculadas cómo. Se sueltan cantidades como quien suelta pasajes bíblicos y ya está todo dicho. Callen entonces los menoscabados, por el bien de la prosperidad, como han de callar todos cuando se sueltan dineros públicos o se atropellan derechos individuales siempre que se profetice esa riqueza y empleos que luego nadie ve por parte alguna. Quizás sea hora de sopesar si compensa tanta expiación. Mientras, no pocos bajamos la cabeza desertando a pagos libres de esos lucimientos colectivos o deambulamos por la zona desmilitarizada de la ciudad intentando eludir calles por donde se nos reclama silencio contrito con sonoras chistadas o se nos impide cruzar con actitudes de portero de discoteca. Todo piadosamente. Pienso que no moleste solicitar un poco de comprensión como la que mostramos los desleales al jolgorio sagrado. En medio de tanto tópico de saldo tengo yo los propios; y algún artículo contra la Semana de marras tenía que haber.
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