Lolo
Lolo
OPINIóN IR
Imprimir
Lolo
Tu corazón -ese del que escribía Fulgencio Fernández, uno de tus amigos más cercanos- que era el más noble que ha dado esta ciudad (esta provincia, amplío), nos la ha jugado a todos. No quiero ni pensar en cómo pudo escribir Ful esa hermosa despedida, todavía atravesado por un dolor tan reciente, pero sí quiero pensar en que cuando alguien se da tanto como se dio Lolo siempre es mucho lo que permanece.
No sé qué pensarías tú pero, aunque tu noble corazón nos ha traicionado a todos y a ti el primero, tu vida me parece una vida bien vivida porque, parafraseando a aquel ‘poeta’/amante de vedettes, te pasaste todas las noches -y todos los días- de tu vida haciendo el humor. Y eso no es cualquier cosa porque el humor es cosa de valientes.
Como se decía de aquella ardilla, se podría cruzar León de pueblo en pueblo recorriendo tus murales. En el mío y cerca de mi casa, en el mismo valle en el que te criaste, el de Gordón, hay uno dedicado a los mineros. Es uno de los muchos que les hiciste. A todos esos pueblos acudías con tu aspecto de rock star, siempre de negro, con tus gafas de humo y tus camperas y tus camisetas ajustadas a tu cuerpo de ave limícola. En esos pueblos te rodeaban los niños y pintaban contigo.
No sé bien qué haremos sin que el güelu nos hable desde su tumba, ni sin tus moscas cojoneras y tus ancianas de luto y los ancianos de boina, ni sin el Nemesio, al que le pediremos que te escriba una carta esotérica, por si acaso la respondes.
El otro día, en el tanatorio, frente a la caja que se había pintado de negro para que de verdad pareciera tuya, de rock star hasta el final, pensaba en cuál, de haberlo sabido, hubiera sido tu última viñeta.
A veces la vida nos da las respuestas porque se produjo ante mis ojos. Entró en la sala una monja pequeñina, muy mayor, encogida, de hábito blanco y toca negra, juro que parecía que la habías dibujado tú, y se acercó a dar el pésame a tu hermano.
-¡Cuánto nos ha alegrado la vida! -le dijo y, entre lágrimas, atornilló- ¡la que va a mangar en el cielo!
No sé qué pensarías tú pero, aunque tu noble corazón nos ha traicionado a todos y a ti el primero, tu vida me parece una vida bien vivida porque, parafraseando a aquel ‘poeta’/amante de vedettes, te pasaste todas las noches -y todos los días- de tu vida haciendo el humor. Y eso no es cualquier cosa porque el humor es cosa de valientes.
Como se decía de aquella ardilla, se podría cruzar León de pueblo en pueblo recorriendo tus murales. En el mío y cerca de mi casa, en el mismo valle en el que te criaste, el de Gordón, hay uno dedicado a los mineros. Es uno de los muchos que les hiciste. A todos esos pueblos acudías con tu aspecto de rock star, siempre de negro, con tus gafas de humo y tus camperas y tus camisetas ajustadas a tu cuerpo de ave limícola. En esos pueblos te rodeaban los niños y pintaban contigo.
No sé bien qué haremos sin que el güelu nos hable desde su tumba, ni sin tus moscas cojoneras y tus ancianas de luto y los ancianos de boina, ni sin el Nemesio, al que le pediremos que te escriba una carta esotérica, por si acaso la respondes.
El otro día, en el tanatorio, frente a la caja que se había pintado de negro para que de verdad pareciera tuya, de rock star hasta el final, pensaba en cuál, de haberlo sabido, hubiera sido tu última viñeta.
A veces la vida nos da las respuestas porque se produjo ante mis ojos. Entró en la sala una monja pequeñina, muy mayor, encogida, de hábito blanco y toca negra, juro que parecía que la habías dibujado tú, y se acercó a dar el pésame a tu hermano.
-¡Cuánto nos ha alegrado la vida! -le dijo y, entre lágrimas, atornilló- ¡la que va a mangar en el cielo!