Lo viejo nuevo

Bruno Marcos comenta el último libro de Andrés Trapiello 'Madrid'

Bruno Marcos
24/03/2021
 Actualizado a 24/03/2021
El escritor leonés Andrés Trapiello en una calle de Madrid. | JUAN LÁZARO (ICAL)
El escritor leonés Andrés Trapiello en una calle de Madrid. | JUAN LÁZARO (ICAL)
Lo más interesante del nuevo libro del escritor leonés Andrés Trapiello, titulado ‘Madrid’, han sido para este lector las cosas más subjetivas que contiene. Aunque hay infinidad de datos históricos y curiosidades entretenidas que se consultarán de nuevo cuando se vaya a alguno de los sitios reseñados, estas 560 páginas más que una guía de la ciudad son una novela, una novela disfrazada de guía. Incluso lo que parece ser sólo información está filtrado al máximo, amenamente juzgado y valorado por el criterio del autor. Se indica, por ejemplo, como mejores los retratos de Madrid realizados por Goya, Larra, Galdós, Solana o Baroja que los hechos por Mesonero Romanos, Valle-Inclán, Cela o Umbral.

Los lectores de los diarios de Andrés Trapiello encontrarán aquí la precuela de ellos, presentada desde la atalaya de los años y después de más de once mil páginas de experiencia escritora. En los pasajes dedicados a sus primeras estancias en la capital con diecisiete años, se narran los pasos solitarios del joven melancólico que ve su futuro borroso y que camina sin parar con el telón de fondo de una ciudad vieja a la cual se va aproximando como lo hicieron a otras urbes los protagonistas de la novela picaresca para perder la inocencia. Soledad, pobreza, extrañeza, indeterminación, huellas del pasado… tipos humanos trágicos y cómicos entre los palacios y las chabolas…

Aparece, para salvar al muchacho, una barca naufragada que es el Museo Romántico: sin visitantes, olvidado, con mugre, pátina y hasta un conserje en la puerta con pata de palo, caballero mutilado en la guerra. Le embrujan sus estancias, la pistola con la que se suicidó por amor Larra… Pide poder estar allí todos los días investigando cualquier cosa hasta que llega a una conclusión crucial: «Ser romántico es la mejor manera de ser moderno». O dicho de otra forma: La mejor manera de vivir el presente es desde otro tiempo. Una decisión desesperada pero fascinante: ser uno de los últimos románticos para sentir con la vida sencilla, conmoverse, intensificar la experiencia y, además, recuperar el pasado para vivir en una ensoñación que fue en su día algo real y combatir con todo ello el paso del tiempo.

Lo que presenta este libro es la ciudad vista por un escritor del siglo XXI enamorado del XIX, que lo explora como un arqueólogo, doliéndose a veces de no ser capaz de vivir su tiempo, dando explicaciones, descubriendo para el mundo a Galdós o a Cervantes como si no fueran los colosos que son, como si no tuvieran monumentos, calles, colegios y no se les leyese en las universidades y bibliotecas… Todo lo cual le convierte en un escritor único y, paradójicamente, moderno por no querer serlo, por inventar una forma vieja de sentirse extraño que lo vuelve nuevo. Si el Museo Romántico fue el templo donde se reveló la naturaleza de la sensibilidad del escritor en el Rastro se obraron los milagros de que lo viejo apareciese como nuevo con la emoción de lo original: lo que estaba a punto de desaparecer como lo que nacía, o resucitaba, retando en duelo a la verdad del paso del tiempo.
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