Lo rural

Bruno Marcos escribe sobre 'Tierra de lobos, urces y hambre', una colección de cuentos directamente destilados de la memoria popular de los pueblos

Bruno Marcos
16/08/2022
 Actualizado a 16/08/2022
Detalle de la imagen utilizada para la portada del libro de Gregorio Urz. | MARCIANO SONORO
Detalle de la imagen utilizada para la portada del libro de Gregorio Urz. | MARCIANO SONORO
"Mi abuelo había paseado por las cordilleras de España con los krausistas, con los de la Institución Libre de la Enseñanza, con don Francisco Giner de los Ríos, con Unamuno y Menéndez Pidal, con Macías Picavea, Costa y Lucas Mallada, y allá arriba, tonificados por el viento de las cumbres, que les daba una noción de patria, habían cogido la flor del edelwais, como el corolario de la verdad filosófico-poética que perseguían. (…) Todos aquellos señores visitaban a mi abuelo en el Fielato, en su modesta oficina de Consumos Municipales, en el límite del campo y la ciudad, y allí discutían los males de la patria. (…) Eran todos muy sabios y querían arreglar España, pero pasaba un mulero con sus mulas y su carga, y mi abuelo, muy recto, tenía que salir y por un momento estaban todos con él y en torno de las mulas y el mulero (…) atónitos ante tanta realidad. Se sabían la historia de España, pero un mulero con sus mulas los desconcertaba (…) y el mulero era España y ellos no".

Copio este párrafo de ‘Los helechos arborescentes’, en el que Francisco Umbral teje una fantástica genealogía del protagonista, después de leer los cuentos de Gregorio Urz, pseudónimo de José Serrano, unos cuentos directamente destilados de la memoria popular de los pueblos en los que la verdad exorciza el maniqueísmo y los estereotipos con los que se ha construido la imagen de lo rural en nuestro país, casi siempre desde fuera de lo rural. Con estos relatos le pasa al lector lo que a los sabios amigos del abuelo en la novela de Umbral, que se queda un poco desconcertado y atónito ante tanta realidad.

Varias obras maestras de nuestra literatura hicieron un retrato despiadado del mundo campesino, desde el naturalismo de Blasco Ibáñez o Pardo Bazán hasta el tremendismo de novelas como ‘Pascual Duarte’ o ‘Los santos inocentes’. Unas y otras fueron construyendo una imagen brutal del ámbito rural, sometido a la miseria y el cainismo. La España negra se iba oscureciendo a medida que nos alejábamos de las ciudades. La visualización de esa ruralidad atroz fue pieza esencial para poner en acción las ideas positivas del regeneracionismo y el progreso pero también demonizaron ese espacio. Paradójicamente, esa noción negativa de la vida en el campo convivió con otra arcádica en la que los pueblos se habían ido mitificando en los recuerdos populares como idealización humanista de convivencia solidaria con lo ancestral y la naturaleza. En esta colección de breves cuentos cohabitan asombrosamente aspectos que habitualmente aparecían separados o enfrentados: lo atroz con lo conmovedor, el cainismo junto a la solidaridad, lo despiadado con la compasión, la pobreza con la generosidad, lo fatal con lo venturoso, el peso de las circunstancias con la fuerza de voluntad, lo brutal con lo delicado, la belleza del paisaje con la crudeza de la naturaleza…

En estos veintiocho relatos vemos a una madre que agoniza y la galopada nocturna para buscar al médico, a los señoritos cazadores que estropean los sembrados, la unión contra los abusos del cacique, al campesino al que el sacrificio de sus vacas tuberculosas le deja solo en el mundo, al guardia que en la guerra civil espera a que el fugado esté lo suficientemente lejos como para no acertarle con el disparo, a la perrilla cazadora que roba un cura y la aventura de recuperarla, al muchacho que con luna llena roba madera en el bosque para comprar el traje con el que se irá a las américas, a los emigrados a la ciudad que comen gato por liebre, al hombre al que la meningitis dejó con el entendimiento de un niño y que libra a una mujer de las palizas de su marido, al aldeano que recupera el agua que desvió la autoridad para espantar el hambre, vacas que lloran…

En estos cuentos, que llevan el título de ‘Tierra de lobos, urces y hambre’ y que ha publicado Marciano Sonoro Ediciones —quizá la única editorial con sede en un pueblo de poco más de 400 habitantes, San Román de la Vega—, sorprende el realismo tan directo. Las historias, que no parecen fruto de una intención literaria ni política, son relatos oídos a los mayores de la zona de la Cepeda —también de Maragatería, la Cabrera y la Ribera del Órbigo— que ilustran una existencia dura, un tiempo áspero, un mundo campesino del que quisieron huir generaciones enteras buscando legítimamente un futuro mejor, pero del cual debemos rescatar un testimonio humano que sirve para el presente y el mañana.
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