Mili es otra historia. Con más de ochenta años sigue teniendo tanta vitalidad —aunque insiste en que los años pesan—como espíritu solidario y colaborador en todo lo que surja, desde tocar las castañuelas en el coro Flor del Viento, a ser la encargada de los asuntos de la parroquia, hacer gorros de lana para los internos de la cárcel de Mansilla, dejarle migas a los pájaros para que pasen a verla o, en su tiempo, repartir los medicamentos por las casa de todo el pueblo cuando fue la encargada del dispensario...
Su última actividad solidaria ha despertado el interés de los vecinos de Cármenes, el pueblo en el que fijó su residencia ya hace muchos años. Es el vínculo de amistad que ha establecido con un zorro que rondaba su casa, que fue ganando su confianza y ahora cada tarde, «hacia el oscurecer», aparece por su ventana para recibir la cena que le ha preparado la irrepetible Mili.
«Generalmente le tengo pan, que ya cojo de más, y lo come que se las pela;aunque algún día le doy una alegría al cuerpo, como cuando le hago leche frita, que se le nota la cara de felicidad y cómo se ‘entafarra’ al comerla».
Mili González se muestra encantada con su nueva obligación;de hecho cuando está hablando con alguien por el pueblo y llega la hora de la cena del zorro ya se preocupa. «Marcho, no vaya a ser que venga a cenar y no esté».
- Si fuera para que cenara yo maldito que marchaba; bromea su hijo Ángel, que es el fotógrafo del zorro.