Warhol antes de Warhol

Bruno Marcos analiza la figura del padre del pop art con motivo de la exposición que acoge actualmente el Musac

Bruno Marcos
07/06/2016
 Actualizado a 06/09/2019
El Musac acoge actualmente la exposición 'All Yesterday's Parties. Andy Warhol, música y vinilos (1949-1987). | DANIEL MARTÍN
El Musac acoge actualmente la exposición 'All Yesterday's Parties. Andy Warhol, música y vinilos (1949-1987). | DANIEL MARTÍN
Si Duchamp extraía objetos de la vida cotidiana y los metía en una galería de arte provocando que su categoría cambiase y que se llenasen de contenidos ambiguos o simbólicos, Warhol, por su parte, decidió extraer no objetos sino imágenes y pensó que era mucho más provechoso para sus fines que estas ya fueran populares. Cogió un buen montón de estas imágenes ya famosas, ya construidas, ya connotadas al máximo y las depositó en el seno del arte, o de lo que quedaba de él en los años sesenta del pasado siglo.

Lo que ocurrió con ellas fue todo lo contrario a lo que sucedía con los ‘ready-made’ duchampianos, perdían sentido. Los objetos del ‘ready-made’ lo ganaban irremediablemente porque no se puede tener menos sentido que un urinario, un botellero o una pala quitanieves, que eran las cosas que Duchamp escogía. Warhol tomó imágenes famosas y las quitó su nitidez, su color vivo, su luz espectacular para ponerlas a decir mucho menos de lo que decían. Por ejemplo las fotos de Marilyn Monroe en las portadas de la revistas transmitían erotismo, belleza, alegría y la posibilidad de que una chica normal accediese a la fama universal, sin embargo en las innumerables versiones que de Marilyn hizo Warhol esta aparece aplastada, sintetizada, reducida a icono, resumida. Él ofrecía a las celebridades de su tiempo, a cambio de su popularidad, la posibilidad de ser modelo de obras susceptibles de ingresar en la Historia del Arte, la ocasión de ser las ‘fornarinas’ de Rafael del siglo XX, aunque quedasen bastante desfavorecidas.

Todo es muy pobre al final, tintas planas sin vibración, imágenes repetidas, estáticas, expresiones estereotipadas, reproducciones de reproducciones, diseño, publicidad, fotografía, monotonía. Los cuadros de Warhol dejan el alma del espectador tan inexpresiva como la cara de difunto puesto de pie que tenía el propio Warhol. Todo él carente de profundidad, su nombre falso, su pelo falso, sus falsas pinturas, sus ansias de una fama que no sería capaz de disfrutar, sus respuestas monosilábicas, y esa mirada sin sonrisa siempre, como a punto de ser tiroteado, la mirada del impostor que cree que va a ser descubierto de inmediato."Comprar –dijo en algún momento– es mucho más americano que pensar. Y yo soy tan americano como el que más". Y eso fue lo que hizo en su visita a España, según el poeta Luis Antonio de Villena, en la tienda del Museo del Prado donde compró unas postales con reproducciones de los cuadros sin llegar a entrar a ver la impresionante pinacoteca. Estaba claro que la pintura, el arte, no le interesaban en tanto que los reyes, los duques y los mecenas en general ya no serían sino las masas que consumían imágenes en las latas de sopa, en las cajas de detergente o en la televisión.Como vaticinó Walter Benjamin las obras de arte perderían su aura mágica de lo único al ser reproducidas al infinito pero, Warhol lo supo pronto, incorporarían otra, la fría, como tan bien teorizó nuestro José Luis Brea, precisamente al ser reproducidas cuanto más mejor. Warhol se puso a recoger frenéticamente imágenes populares y a meterlas en su factoría para sacarlas como artísticas dispuestas a colonizar el mundo. Mientras las de la Historia del Arte languidecían las suyas se reproducían y navegaban por los ‘mass media’ sin saber muy bien qué pretendían banalizándolo todo y ocupando el sitio de los mensajes con verdadero contenido.Al final él mismo quería ser imagen, icono o ‘spot’, y después de dejarse ver mucho empezó a sacar polaroids a todos los famosos con los que se encontraba, porque la polaroid de pronto era única, no había negativo, se producía de forma inmediata, casi siempre borrosa, y certificaba el instante en el que estaba en contacto con la fama absoluta, la polaroid era el título que acreditaba que había entrado en el círculo supremo como otra imagen más, no como un pintor cortesano del siglo XX sino como puro icono. Tiempo después de ser tiroteado de verdad afirmó que de haber muerto entonces ya sería objeto de culto en ese momento.En realidad lo que hacía eran gestos, lo mismo que Duchamp, gestos de dandy. El dandy es aquel que pretendiendo estetizar la vida rechaza lo real y en ese rechazo, ya sea directo o sarcástico, está haciendo su arte.Coinciden ahora dos exposiciones sobre el gran Andy Warhol en España. Una es la titulada ‘Sombras’, en el Museo Guggenheim de Bilbao, que presenta un centenar de cuadros serigrafiados que forman una larga banda o friso por las salas a unos escasos 30 centímetros del suelo. En él se repite el motivo de la sombra de un objeto desconocido con variaciones de color. La monumentalidad de la pieza, de más de cien metros, compensa la monotonía de la obra, en la que el autor se acerca a la abstracción y tal vez, como algunos apuntan, al tema de la muerte.

La otra exposición sobre él la tenemos en el Musac y trata sobre la música en el trabajo del artista a lo largo de toda su carrera. Es esta exposición de León un ejemplo de buen comisariado, que ha estado a cargo de Javier Panera, porque se aborda un autor como este, ya tan estudiado, desde una perspectiva nueva, aportando todo tipo de materiales que rastrean cómo fue la presencia de la música en Warhol y de Warhol en la música de su tiempo. Pero, además de estas relaciones entre ambas disciplinas, la muestra permite reflexionar sobre cómo su actividad inicial y paralela de diseñador gráfico le pudo poner en condiciones de ver, tempranamente, las modificaciones radicales del uso y valor de la imagen en el siglo XX. Comprendemos así mejor a Warhol viéndole antes de Warhol.
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