Verona se reencuentra con ‘La bohème’ en León

El centenario festival de lírica representa a la obra maestra de Puccini por primera vez desde 2011, con Julia Grigoryan y Vittorio Grigòlo, y Cines Van Gogh lo retransmite este jueves a las 19:30 horas

Javier Heras
11/12/2025
 Actualizado a 11/12/2025
Una escena de 'La bohéme' que retransmiten este jueves los Cines Van Gogh de León.
Una escena de 'La bohéme' que retransmiten este jueves los Cines Van Gogh de León.

En un siglo de Historia de la Arena de Verona, ‘La bohème’ es la undécima ópera más representada, hasta en 78 ocasiones desde 1938. Aquí la cantaron estrellas como Pavarotti, Tebaldi, Scotto, Di Stefano o Bastianini, pero desde 2011 no había vuelto a escena. Qué mejor motivo que el centenario de la muerte de su autor, Giacomo Puccini (1858-1924), para presentar una nueva producción de mucha altura, grabada en verano de 2024 en una de las dos únicas funciones. El jueves 11 de diciembre se retransmite en Cines Van Gogh.

Debutaba en este certamen una soprano en alza, la armenia Juliana Grigoryan (1998), ganadora de Operalia en 2022, que ese mismo mes se estrenaba en el MET como Liù y que, en la piel de la tímida Mimì, fue un prodigio: timbre carnoso, legato, expresividad, facilidad para el agudo, versatilidad… Pese a la diferencia de edad con su compañero Vittorio Grigòlo -veinte años mayor-, resultó palpable su química y su empaste vocal. El tenor lírico, discípulo de Pavarotti, destaca por su proyección brillante y su dicción, pero también por su equilibrio entre el fraseo ardiente y la suavidad de sus medias voces, muy refinadas. Al mes siguiente repetiría en Verona con 'Tosca'. 

El nivel se mantuvo en el resto del elenco: la mezzo italiana Eleonora Bellocci (primera aparición en Verona), su compatriota Luca Micheletti (1985), barítono versátil y dinámico, y sobre todo Alexander Vinogradov (1976). El bajo ruso no deja de encadenar triunfos: si en 2022 sobresalió como Zaccaria en el ‘Nabucco’ del Teatro Real, medio año antes de viajar a Verona convencía en Hamburgo como Felipe II en ‘Don Carlo’. ¿Sus virtudes? Unos medios vocales imponentes, seguridad en todo el registro, potencia en la emisión sin dejar de ser elegante y un prodigioso ‘fiato’ (control de la respiración). Después de encarnar al filósofo Colline en esta ‘Bohème’, seguiría ‘La forza del destino’ en La Scala y ‘La sonnambula’ en el Metropolitan.

A la batuta -precisa, romántica- estuvo el israelí Daniel Oren (1955), un valor seguro con más de 550 funciones solo en este escenario desde 1984, cuando debutó con ‘Tosca’. Por su parte, la dirección escénica corrió a cargo de un recién llegado: Alfonso Signorini. El sexagenario escritor, periodista y presentador, sin experiencia en ópera pero muy melómano, supo rodearse de talento: la diseñadora Silvia Bonetti concibió un vestuario de época fino y detallado, mientras que el escenógrafo jerezano Guillermo Nova -joven pero curtido en teatros como el Real, el Regio de Parma, la Zarzuela o el Colón de Buenos Aires- recreó el París de finales del XIX con elegancia, en la línea de montajes precedentes como el de Zeffirelli o el de Hugo de Ana. 

Los decorados, de materiales transparentes (la buhardilla, las calles bulliciosas, el café), permitían ver simultáneamente las escenas de la vida cotidiana de los bohemios, sus romances, amistades y precariedad. Es muy meritorio recrear la intimidad de este título sobre un escenario tan inmenso como el de Verona, uno de los mayores de Europa; tanto como evocar el gélido invierno parisino en plena ola de calor mediterráneo.

‘La bohème’, de 1897, no fue el primer éxito de la carrera de Puccini -ese honor corresponde a ‘Manon Lescaut’, que vio la luz en 1893-, pero sí la obra que consolidó su fama y prestigio. Volvía a colaborar con los brillantes libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, con los que elaboraría en los años siguientes ‘Tosca’ y ‘Madama Butterfly’. Todos estos títulos adaptaban obras literarias; en este caso, las ‘Escenas de la vida bohemia’, recopilación de artículos de Henri Murger publicados en ‘Le Corsaire’ entre 1845 y 1849. El periodista francés plasmó sus peripecias (y las de sus colegas del artisteo) en París, en barrios como Montmartre o el Quartier Latin. 

En realidad, la ópera carece de conflicto y de intriga, son más bien retazos de una época efervescente. Si hipnotiza al espectador desde su arranque se debe a la música del compositor de Lucca (1858-1924), que describe el ambiente de la ciudad mediante una orquestación moderna, sofisticada, casi impresionista. También a sus personajes, a los que dedica melodías memorables, cargadas de romanticismo, como ‘Che gelida manina’, ‘Mi chiamano Mimì’ o el vals de Musetta. Sabía perfectamente de lo que hablaba: él también había vivido en una buhardilla como estudiante -en Milán- y había empeñado su abrigo para saldar deudas, como hace en la ópera Colline, en un gesto de generosidad con sus amigos.

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