Veraneo de las artes

Bruno Marcos analiza el fenómeno del arte vinculado a la naturaleza

Bruno Marcos
28/08/2016
 Actualizado a 16/09/2019
‘Nidos humanos’, de Marina Abramovic. Montenmedio, Cádiz. | FUNDACIÓN NMAC
‘Nidos humanos’, de Marina Abramovic. Montenmedio, Cádiz. | FUNDACIÓN NMAC
Con el periodo estival suelen reaparecer las ilusiones por sacar las cosas culturales de sus espacios habituales, como si estas necesitasen orearse, al igual que nosotros mismos, ya sea en la playa, el pueblo o la montaña. Este impulso acostumbra a materializarse en una rosario de actos, más o menos festivos, que quieren llenar los tiempos muertos de los veraneantes saliéndoles al encuentro en un jardín, a la vera de un río, en las ruinas de un teatro romano o, incluso, en las arenas junto al mar.

Nada de malo hay en ello, sino más bien mucho de bueno, pero uno piensa que además de este veraneo de las cosas culturales, en alianza con la benignidad de la climatología, hay una idea vigorosa, creativa y germinal, sobre la bondad de que las artes salgan de sus espacios oficiales para instalarse en la vida enriqueciendo la experiencia cotidiana y no sólo adornándola a ratos en verano. Producto de ella es el arte expandido, aquel que encontró en la naturaleza un ámbito virgen, alejado del urbano, tan codiciado, oprimido y connotado, o del museo, prácticamente intervenido y retórico. Artistas hubo que se fueron al desierto como Heizer o Smithson en los años setenta y en la actualidad algunos de los mejores, como Hamish Fulton o Goldsworthy, siguen obrando discretamente por los parajes donde no hay nadie. Fulton con sus caminatas y Goldsworthy con sus construcciones efímeras hechas ‘in situ’ con lo que la naturaleza ofrece. Hace poco hablé en estas páginas de la gran obra reciente de Christo en el lago Iseo, en la que construyó un camino flotante sobre el agua para unir tres orillas con una isla cercana por el que la gente pudo andar inaugurando una relación nueva con aquel paisaje.

En nuestra provincia existió un proyecto bueno sobre este tipo de arte en la naturaleza auténticamente contemporáneo, El Apeadero, cerca de Sahagún. Lo pusieron en marcha el galerista Carlos de la Varga y el crítico Javier Hernando. Aún se pueden ver algunas de las intervenciones por el campo en torno al apeadero restaurado, aunque los mejores proyectos fueron los primeros. También disfrutamos, la temporada pasada, de una magnífica oportunidad para reflexionar de manera distinta sobre cómo habitar la naturaleza con la muestra ‘Cabañas para pensar’ y con las películas ‘Spiral Jetty’ y ‘Floating Island’ del ya histórico Robert Smithson, visibles en la Fundación Cerezales.

Nada que ver tiene esto anterior con lo que, lamentablemente, se hace con demasiada frecuencia: Trasladar unas cuantas obras hechas con anterioridad a un rincón natural, un poco pintoresco, creyendo que este sirva de perfecto telón de fondo a unas piezas, generalmente decorativas y de estilos superados históricamente, que no dialogan con nada. Tenemos nosotros también ejemplos de eso, promovidos por las instituciones culturales más anquilosadas que usan, todavía, esa desfasada y fallida metodología.

Otros lugares han sabido presentar muy bien esta iniciativa de que el arte esté en la naturaleza. Uno de ellos es el Centro de Arte y Naturaleza de Huesca, que invitó nada menos que a Richard Long o Siah Armajani quienes, junto a otros creadores de prestigio internacional, idearon intervenciones ‘ad hoc’ de una calidad enorme sensibilizando el territorio. Otro está en Cádiz, en un paraje llamado Montenmedio. En él se ubican una serie de obras en un extenso pinar. Entre ellas una de Olafur Eliasson quien construyó un muro de espejos multiformes sobre ladrillos paralelepípedos que multiplican y distorsionan la visión del bosque, provocando una reflexión sobre visión, representación, percepción e imagen de gran belleza plástica. Marina Abramovic realizó, también allí, una intervención titulada ‘Nidos Humanos’, consistente en siete excavaciones en la roca de una ladera muy empinada. En cada hueco tan sólo cabe una persona ovillada y de cada uno de ellos se descuelga una larga escalera de cuerda hasta el valle. Aunque esta obra ha aparecido retratada muchas veces impresiona ver el lugar real, inhóspito y vertiginoso, donde la artista decidió colocar esos mínimos emplazamientos para la contemplación de la naturaleza, inspirada por la migración de las aves. También se encuentra en Montenmedio la obra de James Turrell titulada ‘Second Wind’, invisible desde el exterior. Un túnel conduce al visitante al interior de un espacio subterráneo inesperado y asombroso en el que se unen los tres elementos: tierra, agua y luz. Se trata del interior de una pirámide truncada con paredes inclinadas de hormigón suavemente encarnado, en cuyo centro una masa de agua sostiene una estupa alabeada y hueca con la cúspide abierta al exterior. Por esa abertura se contempla el cielo y el cielo dibuja dentro un círculo de luz. Un espacio de contemplación y meditación extraordinario en el que, al margen del simbolismo existente, proporción, luz y percepción crean una experiencia estética de primer orden.
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