Brad Pitt arranca a toda mecha la temporada de grandes estrenos de este verano de 2025 con ‘F1’, un prodigio audiovisual a la altura del deporte que retrata, encapsulando toda la emoción que habitualmente se disipa en dos eternas horas de coches dando vueltas en círculos, en poco más de dos y media que pasan más rápido que los mismos monoplazas.
‘F1’ sigue los pasos, o las ruedas mejor dicho, de Sonny Hayes (Brad Pitt), un piloto veterano que regresa a la Fórmula 1 de la mano de su antiguo compañero (Javier Bardem) para tratar de salvar la plaza de su escudería en declive. A falta de unas pocas carreras para terminar la temporada, Sonny deberá conciliar su ego con el de su novato compañero de equipo, Joshua Pearce (Damson Idris), y conseguir ganar al menos un Gran Premio para salvar a su equipo de la ruina.
Todos hemos oído esta historia cientos de veces. El perro viejo que vuelve del retiro para salvar el día. Este solo es el primero de la larga lista de clichés de Hollywood que abanderan esta película, a la que muchos calificarían ‘para padres’. No por sus relaciones paternofiliales, sino porque es la típica película que a tu padre, un hombre que, si tiene más de 45 años, se crió con la era dorada de los blockbusters americanos, le hará sentirse como en casa. Un héroe solitario y chulo, una historia sencilla y clásica, acción a raudales, frases de película, su punto justo de drama para que el final feliz se sienta merecido, y no solo predecible, y mucha testosterona. El coctel perfecto para un clásico de los 80 o los 90. No es casualidad que detrás de esta producción se encuentre Jerry Bruckheimer, el principal responsable de producir algunas de las cintas de acción más míticas de aquella época (‘Armagedón’, ‘Top Gun’ o ‘Con Air’, son solo algunos ejemplos) y, aunque seguramente él no lo sepa, el productor preferido de tu padre.
Pero ‘F1’ no es una gran película porque se limite a reutilizar la bien envejecida fórmula del éxito hollywoodiense, casi tan bien como el conchabado con el diablo Brad Pitt, sino porque toma lo que funciona de aquella y la lleva a nuevos extremos en términos técnicos y de espectáculo, dándoles juguetes nuevos a viejas glorias, para que los que se diviertan con ellos sea el público. Tal y como ‘Top Gun: Maverick’ hace un par de años, ‘F1’ nos recuerda que hay un cine de masas más allá de los superhéroes y los universos cinematográficos, donde los efectos prácticos y la acción real impresionan más que cualquier popurrí digital. La película estelarizada por Pitt hace por los coches lo que la de Cruise hacía por los aviones, tomando una de las máquinas más rápidas y poderosamente atractivas para el hombre de a pie, filmándolas como nunca se había visto y elevando la experiencia cinematográfica por las nubes, o por encima de la pista. Tampoco es casualidad que ambas estén dirigidas por Joseph Kosinski.
Las escenas de carreras en ‘F1’ no tienen parangón. La puesta en cámara juega con el punto de vista de los pilotos, con tomas aéreas, con planos secuencia imposibles, etc., todo con coches reales, mayoritariamente. Una experiencia diseñada milimétricamente para ser experimentada en la mayor pantalla posible y que zambulle al espectador en una experiencia en la que solamente falta el casco para sentirse a los mandos de un monoplaza. Aunque solo pongas la Fórmula 1 para dormir la siesta los fines de semana, es imposible no sentir la emoción de pilotar a 300 kilómetros por hora. Y ya si eres apasionado del deporte, prepárate para una catarsis cuando veas a tus pilotos favoritos compartir escena con los personajes de la película, que fue grabada in situ en diferentes circuitos durante las auténticas carreras. Sinceramente, hasta yo, que confundo a Verstappen con Vettel, solté un alarido de júbilo cuando apareció Fernando Alonso en pantalla, y buena parte de la sala conmigo.
No obstante, ‘F1’ esconde otras de sus fortalezas, como es una banda sonora electrónica compuesta por el maestro Hans Zimmer, bajo espesas capas de insulsas canciones pop compuestas para la ocasión, que no hacen más que sumarse al convencionalismo de una obra que, a pesar de sus revolucionarias escenas de acción, no hace el menor esfuerzo por sobresalir en el resto de sus facetas. ‘F1’ es una cinta hecha por y para el gran público, y teniendo en cuenta el cuestionable valor musical del top 50 de Spotify global a día de hoy, una cinta que lo emula no puede aspirar a tener una banda sonora para la historia.
Aun así, a destacar dentro de lo convencional de su trama, disfruté mucho la inventiva de la película para dar una vuelta de tuerca a la forma de ‘ganar’ cada una de las carreras. Alejándose de la victoria injustificada típica de los filmes deportivos, basada plenamente en conceptos tan etéreos como “creer en uno mismo” o “ser uno con el coche”, o alguna otra pseudo creencia que va más allá de la ingeniería y de la habilidad física; Brad Pitt se va adueñando de la competición con tácticas ingeniosas y un tanto fraudulentas, aprovechándose de las zonas grises del reglamento de la FIA y de su propia pericia. Evidentemente, cualquiera mínimamente conocedor de las normas de la Fórmula 1 descalificaría al protagonista tras la primera transgresión fragrante de las normas, pero como tanto la película como el espectador promedio prefiere el espectáculo a lo normativo, solo cabe sentarse a disfrutar de la picardía de Sonny Hayes.
Recuperando las casualidades que han ido apareciendo a lo largo de esta reseña, no solo ‘Top Gun: Maverick’ y ‘F1’ comparten director, sino que además ambas son secuelas, directa y espiritual respectivamente, de sendas películas de Tony Scott, la primera ‘Top Gun’ y ‘Días de trueno’, ambas producidas a su vez por (¿quién si no?) Jerry Bruckheimer. Mientras que ‘Maverick’ fue más y mejor, puliendo la narrativa de la original y desarrollando mejor las motivaciones de un protagonista que tiene mucho más que perder y por lo que luchar que en la precuela, lo que incrementa exponencialmente la emoción y los riesgos cada vez que se sube a un caza; ‘F1’, a pesar de sus evidentes esfuerzos por replicar el éxito de ‘Maverick’, consigue un salto cuantitativo respecto a su correspondiente cinta de Tony Scott, pero no necesariamente cualitativo. La trama es abultada y la emoción que ganan las carreras ciertamente se disuelve en escenas de relleno, que hacen poco más que alargar innecesariamente una duración tan excesiva como la cantidad de emplazamientos publicitarios que presentan. Supongo que habrá que financiar de alguna forma los casi 300 millones de dólares que se dice que ha costado la ‘humilde’ producción. Además, el filme de Kosinski adolece de la pulcritud e impersonalidad cada vez más acuciante en el deporte homónimo, donde los acabados hipermodernos y el aire inmaculado que se respira en la Fórmula 1 de hoy en día distan mucho del barro y el ambiente castizo de las carreras y los pilotos de antaño. ‘Días de trueno’ es tan cliché como la que más y decididamente imperfecta, pero en ella encuentro un carisma y una calidez cuya ausencia en ‘F1’ me deja algo frío. Puede que sea pura nostalgia, pero siempre preferiré a Schumacher con su logo de Malboro y su mono rojo chillón, al blanco impoluto de los trajes de piloto que viste Brad Pitt.
Con todo y con eso, ‘F1’ es una película grandiosa, digna de verse en el cine y regodearse con una experiencia cada vez más infrecuente, como es disfrutar de una película única, libre de franquicias, de excesos en los efectos digitales, de agendas políticas, de aspiraciones condescendientes y de complejos. Una obra que sabe que su propósito no es otro que entretener y que cumple con creces. Un futuro clásico atemporal del cine de acción y de las carreras de coches.