Esta es la historia de un hombre que se hace llamar Valentín Yugueros, de profesión escultor. Nació en el año 1941, y sus padres, a su lado, tuvieron que alimentar 11 bocas más, aunque –¡Dios mío!– una de ellas se fue en busca de otra dimensión demasiado pronto.
Valentín, por teléfono, no me niega la entrevista que pretendo realizarle. Me agrada que así sea y, por cuanto me concede el honor de dar rienda suelta a una amena charla, le pongo una única condición que deberá cumplir por encima de todo: «sinceridad total, para que los lectores no se sientan, en ningún momento, defraudados». Y él acepta, poniéndome otra: «que, de diez de la mañana a dos de la tarde, cualquier día de la semana, acuda a su refugio, muy cerca de la ciudad de León, aunque lejos de los ruidos metálicos y de los calores del asfalto». Y allá me voy.
Me recibe con un fuerte apretón de manos muy prolongado, porque –la verdad–, aunque nos conocemos desde hace muchos, muchísimos años, hacía tiempo que el destino no nos permitía un encuentro tan ameno como los de entonces: él ofreciéndome su ayuda en el Instituto Leonés de Cultura y yo acudiendo, con demasiada frecuencia, a su territorio de servicial funcionario, donde entre los viejos libros, pergaminos y legajos a su cargo siempre encontraba una respuesta a mis preguntas y curiosidades.
Sin más florituras, a la sombra de un frondoso nogal, hemos vuelto a recordar el credo que nos obligamos a cumplir. Una letanía perfecta que se inicia, de forma inmediata, bajo un techo donde el silencio de decenas de ojos nos mira con las pupilas de escayola, de madera, de resina, de piedra, de mármol o con el alma que solo es capaz de llevar el óleo y las acuarelas al entramado de un lienzo, cartón o tabla. El único ser vivo en aquella estancia es su gato que no cesa en ningún momento de ser el danzarín que baila al son de nuestros movimientos y palabras.


Procedente de una alta y repleta librería, lo que me enseña Valentín Yugueros es mi libro ‘El León de mi tejado’, que de inmediato se pone a ojear.
– Lograste con él romper moldes. Hiciste una gran joya, pero… ¡Anda! –exclama–. Mira lo que yo conservaba en su interior (y me ofrece el documento que adjunto bajo estas líneas: la aceptación de uno de los trabajos que hizo para la Diputación Leonesa).
Los inicios de una vocación artísticaValentín me dice –y yo le creo– que su vocación artística comenzó con una navaja en la mano, mientras ayudaba a la familia en las labores de pastoreo. – Un palo, una raíz y mi navaja. Suficientes materiales y medios para asegurarme una buena y larga distracción. Me gustaba tallar filigranas o realizar pequeñas figuras. Más tarde descubrí el yeso y el barro con los que hacía bustos y hornacinas. En realidad, mi suerte cambió cuando, siendo un mozalbete, acudí a realizar una obra de albañilería a la dehesa ‘La Cenia’, en Villomar, propiedad de Catalina Fernández –esposa de Víctor de los Ríos–. Allí me encontré con el artista por primera vez, quien me invitó a que solicitara como destino, para cumplir con mi entrada a la mili, el Servicio Topográfico, en Madrid. Así lo hice, y entonces tuve la oportunidad de trabajar en su taller durante cinco años: los tres que pasé en el Ejército y dos más estando ya licenciado. En su taller fue donde aprendí realmente el oficio. Más tarde, de regreso a León, tuve la ocasión de opositar como funcionario para la Diputación, donde tú me conociste. Pues bien, siendo presidente de la Diputación Antonio del Valle Menéndez, me concedieron una beca para asistir, en Roma, a la Escuela Española de Bellas Artes y a la Escuela Italiana. Un año interesante que, junto a otro escultor leonés –Laureano Villanueva– supe aprovechar. – ¿Cuando Víctor de los Ríos se instaló en La Casona de Puerta Castillo, en León, tú continuaste colaborando con él?– Sí. Por supuesto. Desde este taller en León surgieron obras muy interesantes, algunas de ellas no realizadas en él.– ¿Qué quieres decir?–Pues que se diseñaron aquí, sí, como por ejemplo los leones del puente de la Estación, pero se ejecutaron en otra provincia.– Bien. Has encendido la mecha de la pólvora, por lo que te vuelvo a recordar tu promesa de sinceridad. ¿Quién hizo, en realidad, esos leones?– Pues te diré que yo fui el autor del dibujo de uno de ellos y del boceto en barro. Dibujo y boceto que Víctor de los Ríos presentó en el Ayuntamiento de León en 1967, siendo alcalde José Martínez Llamazares. Al aprobarse la obra, Víctor decidió que los cuatro leones se realizaran fuera de León, bajo la dirección, eso sí, del maestro Clemente Díez. Y así se hizo.
– ¿Alguna otra obra diseñada por ti en el taller de Víctor de los Ríos y que ahora mismo no se encuentre en León?
–Pues recuerdo una obra monumental en chapa, de 7 metros de altura, que, representando al conde Luna, se iba a instalar en la fachada del hotel que se estaba construyendo en León, con su mismo nombre. Pero al final, por no se sabe qué causas, se llevó, si no me confundo, para el castillo de Chinchón o castillo de los Condes, en Madrid.
–En realidad, ¿quién hizo la escultura del 'Quijote Pensante', instalada actualmente en la Universidad de León?
–¡Uf…! Esa es una larga historia. Bajo la presidencia de Emilio Hurtado, esa escultura se hizo pensando en instalarla en el patio del Hospital Psiquiátrico de León. ¿Me creerás si te digo que el maestro Clemente Díez se inspiró en mis propias piernas, al desnudo, para hacer el primer boceto? Pues fue así. Tras su aprobación, el cuerpo del Quijote lo hizo el propio Clemente y las piernas las hice yo. Después unimos las dos piezas y… obra terminada. Como bien sabes, esta escultura estuvo en varios lugares hasta descansar en la Universidad.
– ¿Y qué me dices sobre la Santa Cena que procesiona en León la cofradía de Santa Marta, el Jueves Santo?– Pues más de lo mismo: los doce apóstoles y Jesucristo fueron tallados en madera por Clemente Díez y sus ayudantes. La policromía de las tallas se le debe a otro gran profesional: Vicente Vázquez. Toda la obra se hizo en el taller de Víctor de los Ríos en Madrid; sí, eso no es ningún secreto, pero él, que yo sepa, no intervino en la obra. Y lo que muy poca gente sabe es que se hizo otro paso, casi idéntico a esta Santa Cena que se procesiona en León, para Linares (Jaén).
– ¿Cómo? ¿Casi idéntico?
– Sí. Sí. Con pequeñas variaciones en las posturas de los apóstoles y del Cristo, pero aprovechando todo lo aprovechable de la posición y tamaño de los cuerpos y rostros…
– Pues vaya. Recordándote que has de ser sincero, te pregunto: ¿Tú viste trabajando a Víctor de los Ríos en alguna de las piezas firmadas por él?
– Rotundamente, no. Nunca. Las piezas que salían de su taller, que yo sepa, eran firmadas con su nombre por nosotros mismos. Te diré más: su taller en Madrid tenía una entrada principal y una salida. Teníamos órdenes directas de que, en cuanto él subiera por una de las escaleras con personas que le habían encargado el trabajo, nosotros –el maestro tallador y sus ayudantes– deberíamos salir «huyendo» por la otra. Si el cliente solicitaba alguna modificación, él nos explicaba y nosotros nos encargábamos de llevarla a efecto. Esa, pese a quien pese, era la realidad.
– ¿Y tú, en León, colaboraste con otros artistas?
– Sí, claro. En León lo hice con José Ajenjo y con el ya mencionado Laureano Villanueva.
Obras propias
El listado de las esculturas públicas realizadas por Valentín Yugueros se me antoja interminable. Más de cincuenta. Y por eso enumeraré algunas de las más importantes: Fray Bernardino de Sahagún (1966) –en piedra de Boñar, con dos metros de altura–; busto del Obispo Almarcha (1967), para el Palacio Episcopal; escultura de Juan Quiñones de Guzmán (1972); alto relieve de Concha Espina, para Castrillo de los Polvazares; la Virgen del Camino (1983) para la explanada del santuario; la Virgen del Camino, para León de Guanajuato, México; busto del rey Juan Carlos I, para el Gobierno Militar, y el de la princesa Sofía para el Hospital Provincial de León; el pozo del patio central de la Diputación y toda la heráldica del palacio o, en fin, el homenaje al peregrino, ya nombrado, en Reliegos.
Valentín Yugueros, asimismo, realizó diversos bustos y esculturas para colecciones particulares.
¿Don Pelayo o la Dama de Arintero?En el año 2006 a Valentín Yugueros le encargaron la réplica de Don Pelayo. Escultura original del año 1759 que, por su gran deterioro y ante el peligro de que se desplomara, se había retirado de su emplazamiento original, Arco de la Cárcel, en el año 2000.Valentín hizo la nueva escultura en piedra, de 2,56 m de altura, de una sola pieza (la original tenía tres), con pequeñas modificaciones, para definir –me confiesa– un cuerpo más masculino.
Y es entonces cuando Valentín me volvió a sorprender.
– Es solo una suposición mía –me dijo–, pero…
Al detener sus palabras, le invité a que continuara.
– Pues, no sé. Pero…, esta escultura, la original, con ese casco tan sumamente raro –tal vez de otra época–, tenía un pecho excesivo y una cadera muy ancha como de… mujer. No sé, insisto. Pero sospecho que, en su momento, bien pudo representar a la Dama de Arintero.
Y me miró, clavándome los ojos, para, tal vez, ver la cara de sorpresa que sin duda alguna yo ofrecía en aquel momento.
– Sí. Sí. La Dama de Arintero. No hay que olvidar que la instalación de esta escultura, junto a otras 107, relativas a reyes y personajes históricos, estaba prevista para adornar el Palacio Real y su entorno. Como allí ya había suficientes, decidieron enviar a las provincias alguna que tuviera relación con ellas, y… De ahí que yo sospeche y diga lo que digo.
Es curioso. Me encanta hablar con personas tan peculiares como Valentín Yugueros. Sinceros y destacando «puntos y comas» sin esconderse jamás. Con él, la historia puede cambiar y, de hecho, es necesario que así sea. Al pan, pan y al vino, vino. Es necesario conocer la verdad y elevar a los altares a las personas que se lo merecen. Valentín Yugueros, en León, debería estar en el pedestal más alto. Es de justicia. Realmente es lo que pienso, y nadie, tras esta entrevista, podrá negar la voz al que inventó y defendió las palabras más sinceras que, como la ropa sucia, tras llevarla al río se tendió al sol para que el viento bamboleara su pureza blanca.


– Es solo una suposición mía –me dijo–, pero…
Al detener sus palabras, le invité a que continuara.
– Pues, no sé. Pero…, esta escultura, la original, con ese casco tan sumamente raro –tal vez de otra época–, tenía un pecho excesivo y una cadera muy ancha como de… mujer. No sé, insisto. Pero sospecho que, en su momento, bien pudo representar a la Dama de Arintero.
Y me miró, clavándome los ojos, para, tal vez, ver la cara de sorpresa que sin duda alguna yo ofrecía en aquel momento.
– Sí. Sí. La Dama de Arintero. No hay que olvidar que la instalación de esta escultura, junto a otras 107, relativas a reyes y personajes históricos, estaba prevista para adornar el Palacio Real y su entorno. Como allí ya había suficientes, decidieron enviar a las provincias alguna que tuviera relación con ellas, y… De ahí que yo sospeche y diga lo que digo.
Es curioso. Me encanta hablar con personas tan peculiares como Valentín Yugueros. Sinceros y destacando «puntos y comas» sin esconderse jamás. Con él, la historia puede cambiar y, de hecho, es necesario que así sea. Al pan, pan y al vino, vino. Es necesario conocer la verdad y elevar a los altares a las personas que se lo merecen. Valentín Yugueros, en León, debería estar en el pedestal más alto. Es de justicia. Realmente es lo que pienso, y nadie, tras esta entrevista, podrá negar la voz al que inventó y defendió las palabras más sinceras que, como la ropa sucia, tras llevarla al río se tendió al sol para que el viento bamboleara su pureza blanca.